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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¡Gracias diputado Urrutia!

La UDI respira lo que Pinochet dejó instaurado, por eso sin mencionarlo siguen defendiéndolo a cada minuto.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

A ocho años de la muerte del dictador Augusto Pinochet, y luego de todo el escándalo en que se ha visto inmersa la UDI debido los dineros que habrían recibido algunos de sus parlamentarios de parte del grupo empresarial Penta, una vez más apareció en la esfera pública la figura del diputado de la tienda política de la calle Suecia, Ignacio Urrutia. El parlamentario no encontró nada mejor que espesar más aún el ambiente pidiendo un minuto de silencio por el general, desatando así una entendible ola de sentimientos al respecto.

Urrutia, al ser preguntado por la razón que lo motivó a llevar a cabo esta petición, cayó nuevamente en ese viejo y cansador lenguaje de comparaciones entre tiranías de derecha e izquierda, aplicando el “si tú puedes por qué yo no”, justificando así una vez más las atrocidades de la dictadura debido a una especie de bien superior el cual vendría a ser la “patria”. Esa misma patria que el militar desvalijó, entregándosela a los grandes empresarios.

Es por eso que Pinochet sigue siendo, en el fondo, una gran figura para la UDI. Sin el dictador Penta ni ninguno de los grandes vínculos económicos que tiene el gremialismo habría podido surgir de la manera en que lo hicieron. Si no hubiera sido por el terror que muchos políticos tuvieron hacia las armas y la reacción del general, tal vez habría habido más regulación de los inmensos negociados, y del chapoteo impúdico de los grandes ejecutivos en una democracia hecha a la medida de ellos. De nadie más que ellos.

La UDI respira lo que Pinochet dejó instaurado, por eso sin mencionarlo siguen defendiéndolo en cada minuto, en cada instante al proteger lo que él tatuó en nuestra estructura político-económica. Eso que ellos llaman “realidad”.

El problema es que no lo dicen. No lo hablan en voz alta, porque se avergüenzan de los abrazos, de los apretones de mano que le dieron al dictador, no porque ya no lo admiren, sino porque saben que eso no da votos. La violenta figura de nuestro Franco ya no da los réditos que dio en años en que nuestro país se sometió a su miedo, a su discurso fuerte y agresivo, a su mano dura que quebró familias, vidas y futuros.

Urrutia sí lo dice, y nos deja al descubierto el hecho de que son los mismos de siempre y aunque traten de esconder sus recuerdos con Augusto, sigan amándolo en secreto y acariciando con sus dedos esas fotografías en que lo miraban y lo tocaban casi sintiendo excitación por su uniforme y su estatus de monarca con tintes de capataz, de este gran fundo llamado Chile. Esa especie de empleado-emperador que fue Pinochet para ellos.

Urrutia nos ayuda a descifrar las verdaderas posiciones políticas en un debate que se ha vuelto nocivo debido al poco sinceramiento de una derecha que dice interesarse por cosas que realmente no le interesan; de una oposición que no es capaz de alzar la voz y decir que realmente no quieren que la educación sea un derecho porque creen en el lucro y creen que educar a una persona se puede constituir en un negocio bastante beneficioso.

Urrutia no es el último Pinochetista. Tal vez es el único que lo dice y lo muestra de una manera bastante desvergonzada e irrespetuosa con las victimas de una dictadura que ha marcado nuestra historia y nuestro debate hasta el día de hoy. Pero no es el único. Porque no ver que lo que se defiende al oponerse a las reformas en curso es lo construido por Pinochet, es no haber entendido nada; no haber comprendido que hoy por primera vez estamos realmente debatiendo de manera consciente nuestro futuro, ya que anteriormente sólo nos ceñíamos a lo que estaba construido. A lo que nos decían que era lo correcto.

Por lo tanto, no me queda más que agradecerle a Urrutia por recordarme que no soy un loco por querer que Chile tenga educación gratuita. Que no soy un revolucionario por creer fervientemente en que el empresariado debe remitirse a la ley. Y, sobre todo, que no soy un resentido por querer que se haga algo al respecto de la enorme segregación social y la discriminación que respiramos día a día. Sólo quiero que el legado del dictador se acabe. Nada más. Y sé que hay muchos que quieren que perdure, pero no lo dicen a viva voz como sí lo dijo Urrutia.

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