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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La Alcaldesa, La Plaza, La Iglesia y el Metro

El incidente entre la Alcaldesa, la plaza, la Iglesia y el metro debe servirnos para reflexionar lo que significa pasar de una economía emergente a una desarrollada, en que la infraestructura es más compleja porque sirve a una comunidad preparada para su uso.

Por Antonio Lipthay
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Antonio Lipthay es Arquitecto UC, Magister en Diseño Urbano de London School of Economics (LSE) y socio fundador de Mobil Arquitectos. Planificador urbano y especialista en diseño de alta complejidad. Convencido de que una ciudad bien pensada puede romper con la desigualdad. En twitter @antoniolipthay.

En los últimos diez días la pugna por falta de coordinación y el daño que esta puede provocar al patrimonio está al rojo.

Para muchos es casi imposible creer que el Metro no tenga ni la mas mínima consideración por la Plaza de Armas recién renovada y entregada. Muchos políticos, algunos técnicos y otros personajes no aguantaron y salieron a gritar, alegando que se trataba de algo inaceptable, que era necesario buscar culpables y que era fundamental una investigación. Es evidente que algo de razón hay en manifestarse, mal que mal provoca frustración ver cómo se va a destruir algo que se acaba de inaugura. Además, y como argumenta la iglesia, estas obras pueden peligrar la estabilidad estructural de la Catedral.

Pero lo que resulta inentendible es como obras que están planificadas desde hace tanto tiempo no sean capaces de encontrarse en instancias de diálogo, sino que de amenaza.

Por un lado, la Alcaldesa Tohá, que aparece cansada y hastiada de intentar un diálogo fructífero. Y tiene bastante de razón: la ejecución de estas obras tendría que haberse coordinado con la Municipalidad. De hecho, habría sido más fácil elaborar un plan que coordinara obras ejecutas por el municipio con las del metro y lograr así, por ejemplo, que además de que la estación tuviese una salida en medio de la plaza, la empresa de transporte contribuyera activamente con la renovación y hermoseamiento de la misma.

Pero también es entendible que el metro no quiera entrar en esa lógica, porque si así fuera, cada vez que una de sus obras toca la superficie, alguien le va a pedir algo a cambio. Pero es en este punto donde Metro se equivoca, y no comprende –o nadie se lo ha aclarado- que ser un actor relevante en la movilidad de una ciudad implica un sentido mucho más amplio, haciéndose cargo de obras que exceden el perímetro de u estación y que se insertan como piezas claves en el rompecabezas urbano.

Todo sería distinto si el Metro parametrizara sus variables de otra forma, si considerara hacer ciudad con todo lo que ello implica. Esto significaría abrirse a los ciudadanos, fomentar la participación en la planificación de obras emblemáticas y comprender que el sistema masivo implica obras en el espacio público, como una experiencia de calidad y no sólo de desplazamiento.

El incidente entre la Alcaldesa, la plaza, la Iglesia y el metro debe servirnos para reflexionar lo que significa pasar de una economía emergente a una desarrollada, en que la infraestructura es más compleja porque sirve a una comunidad preparada para su uso. Y un signo de desarrollo es la capacidad de gestionar esta nueva complejidad con mejores herramientas. Aquí está la clave para que no sigamos transformando oportunidades en amenazas.

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