Martín Larraín: Somos winners
No es sólo la justicia quién ha cometido un vergonzoso error, sino también nosotros quienes, desde esta vereda, hemos ayudado a alimentar una cultura clasista, simplemente por no querer soltar la teta del privilegio y la seguridad.
Matías Carrasco es Periodista, autor del blog "Si las tortugas hablaran".
Vivo en Vitacura, la comuna más rica de Chile. Estudié en un colegio particular pagado, de los mejores del país, y mis hijos, por supuesto, también están matriculados en otro de los mejores. Me he hecho de un buen grupo de amigos, y con ello, también de una importante red de contactos. Tengo un trabajo estable, gano bien y disfruto de una vida sin mayores sobresaltos. Pertenezco al grupo de los privilegiados. Y en otros tiempos, podría haber sido yo Martín Larraín o uno de sus acompañantes la tarde del accidente.
Y por eso miro el comentado fallo del Tribunal de Cauquenes con pudor. Porque siento que, matices más o matices menos, soy parte del mismo grupo del hijo del Senador. Porque siento que la indignación de miles de chilenos apunta directamente en esta dirección. Porque creo que la rabia y desazón de la familia del fallecido me interroga y me interpela.
No es sólo la justicia quién ha cometido un vergonzoso error, sino también nosotros quienes, desde esta vereda, hemos ayudado a alimentar una cultura clasista, simplemente por no querer soltar la teta del privilegio y la seguridad.
Somos pocos, pero a pesar de la pequeña muestra, lo tenemos prácticamente todo asegurado. Gozamos de acceso a la salud privada, sin filas, sin esperas, con servicios de hotelería cinco estrellas. Nos educamos en colegios de elite, con los mismos de nuestra “especie”, sin nada ni nadie que altere el paisaje. Vivimos en las mismas comunas, en los mismos barrios. Compartimos los mismos servicios de alarma e intercambiamos los números de contacto de seguridad ciudadana, para sentirnos a salvo.
Estamos protegidos. Tanto, que incluso la justicia nos pasa por el lado. A nosotros no nos toca nadie. Al menos es la sensación que va quedando, evidencia en mano, entre la gente. Y eso no es bueno, no es sano, no es justo, no es, si a alguien le importa a estas alturas, cristiano.
Somos winners. A pesar de tenerlo, lo queremos seguir teniendo todo e inventamos trampas y triquiñuelas para no ceder ni un solo centímetro de nuestra acomodada posición. Vea usted lo que pasa con los impuestos. No nos gusta pagarlos. Simplemente porque no lo encontramos “justo”. Entonces recurrimos a la vieja y generalizada práctica de crear sociedades con el único fin de eludir con elegancia la carga impositiva. Y así, ganamos de nuevo.
Hasta a las nanas les regateamos el sueldo. Ahí también aparece otra de esas malas prácticas, compartidas de generación en generación, de imponerles por el mínimo. Así no más. Ganamos otra vez.
Y cuando uno intenta hablar de estos temas, lo acusamos de resentido o de promover la lucha de clases. Y así triunfamos una vez más y evitamos tocar asuntos que no nos gusta ver porque nos incomodan , nos ponen en evidencia, nos muestran en nuestra cara el amargo sabor de la inconsistencia ¿Alguien podría hacerse el indiferente?
Debo reconocer que sospecho que este apacible nido, que este rincón de seguridades, debe comenzar a dar ciertas concesiones. Algo tiene que cambiar. Nosotros tenemos que cambiar. La sociedad ya no tiene aguante para seguir tolerando un desfile de decisiones injustas que siguen privilegiando a unos pocos. No podemos seguir siendo absueltos sin pagar ninguna consecuencia. De lo contrario, la convivencia entre unos y otros se hará cada vez más difícil, más hostil y violenta.
No sé cómo se hace. Pero hay prácticas que debemos dejar atrás. Miradas que debemos evitar. Murallas que tenemos que comenzar a demoler. Lenguajes que tenemos que cuidar y estilos de vida que revisar. Y lo más importante: entender que la única manera de crear una sociedad más justa es comenzar por ceder parte de nuestros privilegios…y aprender a perder. No hay otra salida.
Feliz Navidad (aunque hoy no sea para todos).