La conciencia de clase de Arturo Vidal
"El hecho de que Bachelet haya asistido a esa ceremonia le da un toque especial al país que queremos construir hacia el futuro. Es una manera de dar señales y asumirse mandataria de todos, no solamente de los que lucen bonitos y aceptables apellidos".
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
El matrimonio de Arturo Vidal está en todos los periódicos, en todos los sitios web y ha marcado tendencia por horas y horas en las redes sociales. Todo esto porque entre las visitas ilustres se encuentra Michelle Bachelet, lo que ha sido criticado por sus adversarios políticos y por quienes, en conversaciones a puertas cerradas, lo encuentran una rotería.
Que Michelle, la Presidenta, se toque y palpe con un futbolista, es lo peor para quienes no ven en Vidal más que un morenito que no debería estar en el lugar que está. Lo encuentran un acto feo y poco coherente con la historia de un país que tenía muy claro dónde y bajo qué condiciones debían casarse ciertas clases. Ciertas castas.
El llamado matrimonio del año viene a romper todo lo que se creyó que debió haber sido en un país patronal como el chileno. El hecho de que un jugador que viene de una de las poblaciones más olvidadas por la “vida social” de los diarios sea parte de los eventos que todo periódico debe cubrir, es una especie de insulto para quienes dicen que no existe la lucha de clases, pero al mismo tiempo no soportan ver a otro estrato que no sea el suyo tomándose los palacios de un pasado añejo y mezquino.
Eso es lo maravilloso de ver a Vidal lucir sus colgajos, sus trajes y su desparpajo. Es la rebeldía de quien sabe del lugar que viene y no lo esconde, sino que lo asume sin importar las consecuencias, en una sociedad en donde aún sólo algunos pueden mostrar con orgullo su linaje y sus ascendientes. Es lo bonito de mirarse y reconocerse lo que se es cuando todos quieren que seas otra cosa.
Por ello es que el hecho de que Bachelet haya asistido a esa ceremonia le da un toque especial al país que queremos construir hacia el futuro. Es una manera de dar señales y asumirse mandataria de todos, no solamente de los que lucen bonitos y aceptables apellidos. Esto, aunque sus adversarios políticos-los mismos que corrieron a los matrimonios de desclasados como los de la Bolocco y la Argandoña en los ochenta y noventa-, lo vean como “farandulero”, o derechamente rasca.
Este matrimonio muestra que hay cosas que molestan y que son como una puñalada a una realidad que se ha ido construyendo a base de la aspiración de no pertenecer al lugar al que se pertenece. Porque si es que somos sinceros, no solamente esa oligarquía señalada es la que reacciona frente a estos eventos, sino también ese chileno medio al que lo enseñaron a no tener conciencia de clase, porque era mal visto y porque creaba odiosidad. Ese chileno que no acepta tener la piel más morena y trata de esconderla, camuflarla y buscar todo tipo de explicaciones para ella, como si fuera una vergüenza. Ese chileno que no acepta la casa que tiene y trata de no hablar mucho de ella no invitar a mucha gente a conocerla.
Para ellos el matrimonio de Arturo Vidal y la visita de Bachelet son también una ofensa, un acto impúdico, poco decente y vergonzoso. Mostrar la piel morena y los peinados y aros de esa manera les parece horroroso, una amenaza extraña siendo que pertenecen a su misma clase, a esa que él se atreve a mostrar con una enorme sonrisa que les molesta. Con una enorme felicidad que a algunos les parece inexplicable. Pero que a otros-entre los que me incluyo- nos parece la preciosa muestra de un nuevo Chile, de uno en donde los accesos se van abriendo y las luchas van quedando al descubierto, para así poder ir solucionándolas.