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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

De la retroexcavadora a la clínicas cuicas

¿No se podrían estar haciendo las mismas reformas, no sería posible gobernar sin estos apaleos verbales? ¿Por qué tanta mala vibra? La teoría que más me convence es que los cuatro años de gobierno de Sebastián Piñera fueron, en realidad, 1460 días de masticar una sustancia muy amarga y de incubar emociones negativas para una gran parte de la izquierda chilena.

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La palabra se hizo famosa cuando, nueve meses atrás, un senador dijo la siguiente frase. “Nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura”.

Jaime Quintana, quien además era y sigue siendo presidente del PPD, expresaba apenas instalado el gobierno de la Nueva Mayoría, una nueva forma de ver, sentir y hacer las cosas. No es raro, entonces, que ayer hayamos tenido dos nuevas declaraciones para sumar al Almanaque 2014.

La primera fue de Bárbara Figueroa, presidenta de la CUT, quien declaraba en la portada del diario La Tercera que “empezamos a desmantelar los pilares del plan laboral de José Piñera”. Desmantelar. Ese fue el verbo que eligió. Desmantelar es algo que, justamente, hacen las retroexcavadoras. “Echar por tierra y arruinar los muros y fortificaciones de una plaza” es uno de los significados que se encuentran en el diccionario de la Real Academia Española.

No pasó mucho rato hasta que apareció en kioscos y calles el diario La Segunda, donde la portada mostraba la foto de la (ahora ex) Ministra de Salud, Helia Molina, con el siguiente titular: “En todas las clínicas cuicas, muchas familias conservadoras han hecho abortar a sus hijas”. Cuicas. Un chilenismo peyorativo. Un sinónimo moderno de cursi, encumbrado, futre, mediopelo o siútico. O peor, pues según algunas teorías es la síntesis de culiado y conchetumadre.

No es el foco de esta columna entrar en el fondo de esas declaraciones. Es la forma la que manda en esta oportunidad. Es la estética del lenguaje. Es la manera en que un senador de una coalición política, una dirigente que es “socia” de esa misma coalición y una ministra del gobierno que lidera la coalición crean realidad a través de sus declaraciones.

Dudo que sea a propósito, que esté planificado. Todo lo contrario. Creo que es el inconsciente el que se manifiesta es estas salidas de libreto, las que obligan al gobierno a pedir disculpas a cada rato. Hay más ejemplos. Como el video de la reforma tributaria, ese que apareció en abril y que también fue polémico, pues entre otras cosas decía tres veces “los más ricos de Chile”, una vez “los poderosos” y una vez “los que tienen más”. Poco les faltó para dibujar un empresario con cara de zombie asesino.

¿No se podrían estar haciendo las mismas reformas, no sería posible gobernar sin estos apaleos verbales? ¿Por qué tanta mala vibra? La teoría que más me convence es que  los cuatro años de gobierno de Sebastián Piñera fueron, en realidad, 1460 días de masticar una sustancia muy amarga y de incubar emociones negativas para una gran parte de la izquierda chilena.

Esa misma que decidió alejarse de la Concertación y fundar la Nueva Mayoría. Se nota demasiado la rabia acumulada. Y preocupa. “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”, decía el Chavo del Ocho. Liderar un país desde la irritación no funciona. Es malo para todos. Y, en algún momento, pasa la cuenta.

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