La política de la emoción y el espectáculo
Las reacciones emocionales en política son improductivas y, en última instancia representan un "desempoderamiento" ciudadano. Lo que realmente importa no es si las noticias son buenas o malas en el día a día, sino más bien lo que podemos hacer para cambiarlas.
Cristián Leporati es Se desempeña como director de la carrera de Publicidad y profesor asociado en la UDP. También es académico en la Universidad Alberto Hurtado. A su vez, es Consejero del CNCA Región Metropolitana. Posee magísters en Filosofía (UAI) y Antropología Urbana (UAHC). Complementa el desempeño académico con las asesorías en comunicación y diálogo social, es socio de Diálogo Consultores.
A menudo siento que la política contemporánea se ha diseñado específicamente para hacerme enojar. Incluso una buena noticia, como la oportunidad de discutir y reflexionar en torno al aborto o la reforma sindical; han sido atemperadas por una enfurecida, irracional y desbocada discusión partidistas. Las reacciones emocionales en política son improductivas y, en última instancia representan un “desempoderamiento” ciudadano. Lo que realmente importa no es si las noticias son buenas o malas en el día a día, sino más bien lo que podemos hacer para cambiarlas.
Entonces, el problema con las emociones en política es que son fundamentalmente pasivas y reactivas; representan una especie de “rendición” frente a la industria política; reduciendo al ciudadano a un mero espectador de la arena política. El viejo Coliseo Romano es una buena metáfora de la política emocional: la muchedumbre no podía determinar el resultado de la pelea entre los gladiadores; sólo sabía expresar su apoyo o insatisfacción con el resultado de la lucha. En definitiva, cuando la política se convierte en un espectáculo la gente pierde su capacidad para ejercer de manera significativa el poder. Siendo empujados a un segundo plano como “rostros parlantes” de algún noticiario central de la televisión abierta. La política comienza a parecerse a un partido de fútbol y la soberanía popular se desintegra en la mera opinión pública; tal como ha ocurrido con gran parte de las discusiones sobre las reformas del gobierno de la Nueva Mayoría.
La forma en que los medios cubren la política, por desgracia, tiende a promover la “perspectiva emocional pasiva”. Presidentes, senadores, diputados, partidos, magistrados de la Corte Suprema, y alcaldes son los protagonistas de la narrativa política chilena; toman las decisiones importantes, determinan el curso del país en negociaciones a puerta cerrada, y luchan las batallas retóricas e ideológicas los domingos en Estado Nacional, Tolerancia Cero o en reportajes del Mercurio o La Tercera. No es el pueblo chileno el que amenaza la solvencia del país cada vez que votan para eximir a los ricos de pagar su parte justa de impuestos. El pueblo en su conjunto sólo llega a expresar sus sentimientos a través de las encuestas CEP, ADIMARK, CADEM y otras similares, además de las elecciones periódicas. Como observamos en última instancia, el poder real está en manos de la élite. Cuando un periodista le pregunta a un político sobre una cuestión política, la pregunta siempre es “¿Qué vas a hacer al respecto?” Cuando el mismo reportero le pregunta a un ciudadano promedio, el punto es otro “¿Cómo te sientes acerca de esto?.” Los políticos actúan; ciudadanos reaccionan.
Desafortunadamente, respecto del aborto, la cobertura de los medios sobre el debate sólo ha reforzado la espectacularidad del enfrentamiento Alianza versus Nueva Mayoría, evangélicos y católicos versus agnósticos y ateos, blanco y negro. La verdadera historia es el asalto a los derechos de la mujer que están luchando en contra o a favor del aborto; pero los medios de comunicación no parece haber recibido el mensaje. De hecho, cuando busqué en Google información para este post, casi la totalidad de los resultados que encontré eran artículos sobre las maquinaciones y obstruccionismo de diversas ONG, organizaciones, partidos y personas; casi ninguno de ellos realmente discutió el fondo y sus implicancias para las mujeres.
Entonces, la narrativa dominante de la política como espectáculo, refleja en gran medida una realidad formal acerca de nuestro sistema político. Las personas tienen muy poco poder para influir en los temas del día, y las inyecciones masivas de dinero de las empresas – como Penta – en las elecciones, refuerza aún más en los políticos la escasa motivación por preocuparse acerca de lo que pensamos. Es así como las actitudes emocionales, viscerales que tenemos hacia la política es lo que nos define y refuerza como espectadores. Al reaccionar así, jugamos el rol que se les asigna por la política del espectáculo.
La sociedad y el gobierno son instituciones humanas, en otras palabras, no son más que un conjunto de relaciones entre personas: los políticos y los votantes, los empleadores y los empleados, profesores y estudiantes. Tales relaciones son, en su esencia , de lo que la política trata, y porque son creaciones humanas están sujetas a ser cambiadas por los mismos seres humanos. La política chilena sólo puede seguir siendo un espectáculo si continuamos viéndola así. Si no nos negamos a aceptar nuestro papel como meros espectadores y transmutar a participantes activos en el proceso en sí, no podremos crear un cambio real y recuperar la política y el gobierno de la élite.
Esto no significa que todos debemos dedicar nuestra vida al activismo, pero con el fin de crear un cambio significativo, todos tenemos que poner un poco de carne en el juego. Es hora de dejar de sentirse impotentes y empezar a tomar el poder.