LOS 80 y las masculinidades en Chile
En la intimidad, las mujeres, fruto de los espacios que se fueron abriendo –no necesariamente para una mejor calidad de vida– tomaron la palabra de otra manera y paulatinamente comenzaron a exigir ser tratadas como seres humanos, a que lo que se decía en la calle se viviera en la casa, y sobre todo, las mujeres fueron dándose cuenta de que podían vivir sus vidas más allá de esas tareas antes mencionadas que parecían naturalmente adosadas a su condición femenina.
Klaudio Duarte Quapper es Académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Sociólogo de la Universidad de Chile, con estudios doctorales en Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona, España; Máster en Juventud y Sociedad, Universidad de Girona, España. Las líneas de trabajo que desarrolla son Juventudes y Generaciones, Masculinidades y Género, Metodologías de Investigación, Metodologías Cualitativas y Educación Popular.
Hace 40 años Juan Herrera –personaje principal de la serie televisiva Los 80– quedó cesante. La fábrica de telas en que trabajaba quebró producto de las transformaciones económicas que la sociedad chilena comenzó a experimentar a partir de las modernizaciones impuestas por la dictadura militar. Ana López –la otra protagonista de la serie y esposa de Juan– llevaba una ordenada vida de dueña de casa a cargo de las tareas tradicionalmente heredadas: reproducirse, administrar los asuntos domésticos y atender al marido. Hasta que estos cambios en el país tuvieron también implicancias en las relaciones de género, principalmente porque él no sabía cómo enfrentar su cesantía y la pérdida de poder que implicaba ser proveedor único, y porque ella sumó a su jornada de trabajo doméstico el ingreso al trabajo –precario e inestable– fuera del hogar.
Lo anterior desencadena un conjunto de cuestionamientos y modificaciones a los modos en que Juan Herrera experimenta su identidad de género y la construcción de su masculinidad o de su condición de varón en esta sociedad.
Una de las tensiones principales surge desde las dificultades que comenzamos a tener los varones para cumplir con los mandatos patriarcales de ser proveedores exclusivos o mayoritarios, ser protectores, procreadores y construir nuestras identidades fundadas en el prestigio social; los cuestionamientos al matrimonio, a la maternidad/paternidad y a la heteronorma como obligaciones para ser aceptados/as en sociedad.
En la intimidad, las mujeres, fruto de los espacios que se fueron abriendo –no necesariamente para una mejor calidad de vida– tomaron la palabra de otra manera y paulatinamente comenzaron a exigir ser tratadas como seres humanos, a que lo que se decía en la calle se viviera en la casa, y sobre todo, las mujeres fueron dándose cuenta de que podían vivir sus vidas más allá de esas tareas antes mencionadas que parecían naturalmente adosadas a su condición femenina. Por espacio en esta columna no es posible enumerar un conjunto amplio de otras cuestiones que comenzaron a cambiar hasta el día de hoy, en que sobre todo las generaciones más jóvenes siguen tensionando los mandatos tradicionales en busca de igualdad.
Volvamos a los varones, interés de esta reflexión. En el período mencionado, algunas acciones masculinas se han ido abriendo a ciertos cambios: por ejemplo, asumir tareas de la crianza-paternidad con mayor responsabilidad y autonomía, aceptar las capacidades femeninas en los diversos ámbitos de la sociedad, sumarse a los cuestionamientos a las prácticas de violencias hacia las mujeres y hombres con menor poder, entre otras. Sin embargo, al mismo tiempo que se vislumbran ciertos cambios o disposiciones a ese cambio, se convive con la reproducción con mucha fuerza de los mandatos patriarcales héteronormativos, la reiteración de modos violentos para la resolución de conflictos, la cosificación de los cuerpos femeninos como objetos de consumo, la enajenación de los propios cuerpos masculinos por ignorancia y miedo de lo que tenemos, y también el surgimiento de discursos socialmente aceptados de justificación del dominio patriarcal, la pretensión de empatar dicho dominio señalando superficialmente que “el patriarcado nos ataca a todos”.
Las transformaciones que viven Juan Herrera y su familia en la serie mencionada, son en buena medida las que han vivido las sociedades latinoamericanas y caribeñas estos últimos cuarenta años. Por ello es necesario reunirnos a reflexionar y elaborar pistas políticas –epistémicas, teóricas y metodológicas– que nos permitan desde la movilización social, la investigación comprometida y la política pública, al menos, contribuir a que este escenario de cambios vaya consolidando modos humanizados de construir esas identidades masculinas desde la colaboración, el respeto y la solidaridad.
Las expectativas que tenemos, es que el V Coloquio Internacional de Estudios sobre Varones y Masculinidades, que se realizará en la Universidad de Chile, campus Juan Gómez Millas, entre el 14 y el 16 de enero del 2015, sea un espacio nutritivo en esas reflexiones y elaboraciones. Contaremos con la presencia de colegas, varones y mujeres, provenientes de diversos países de la región y del país. Les invitamos a sumarse a esta experiencia para comprender lo experimentado por Juan Herrera y las posibilidades para este tiempo, a ver cómo se lo están planteando sus nietas y nietos.