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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Masculinidad y el verano

El verano es, para la vida de un chico – y también de una chica - el momento para “desplegarse” en términos de género

Por Devanir Da Silva
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Con la película “Boyhood” como la mejor premiada en los Globos de Oro, resurge en mí también una pregunta por el cruce del verano y la (pre)adolescencia. El verano es, y era, para la vida de un chico – y también para una chica – el momento para “desplegarse” en términos de género, y que permanece también, de una u otra manera, durante la vida. Es el momento en que desplegamos nuestras alas, y en donde conocemos y encarnamos, literalmente, las normas de género, específicamente en tanto sujetos masculinos. La vara de medición son ellas, y otros varones por cierto, y además todas las otras evaluaciones que impactan de manera contundente en nuestro pensar, hacer y sentir. Una de estas “evaluaciones socio-culturales” la tuve con el tema de la zunga cuando vine por primera vez a Chile de vacaciones, historia la cual publiqué en esta columna, también en una fecha de verano.

Por cierto, las vivencias son diversas pero también tienen elementos en común. Se nos evalúa en tanto sujetos tanto en el eje niño/adulto, como en el de hombre/mujer. La película, en una lectura más disciplinaria (cinematográfica) es que el actor/persona crece con la película. Esto no necesariamente es tan novedoso, ya sucedió con las ocho películas de Harry Potter. Pero lo interesante es que se borra el límite entre la ficción y la realidad. Y si la ficción nos posibilita pensar otras vías de hacer las cosas mejor.

Aunque no tengo una infancia muy chilena, porque crecí en Suecia (de los 8 a los 22 años) entonces mis referencias no son muy a “la chilena” sin embargo, la competencia, mediante el desafío, es el hito que se repite, independientemente del “contenido cultural”, en la dimensión de género para los varones. En una laguna (Örsholmstjärnet) que era, y sigue siendo, como la playa de Karlstad (donde viví en Suecia) fui interpelado, en mi calidad de “svartskalle” (cabeza negra, dimensión étnica) de lograr, desde una plataforma que salía unos 15 metros a la laguna, llegar hasta al fondo. Ciertamente, por lo anteriormente mencionado, no me quedé atrás sino que acepté el desafío, ya que siempre me ha gustado nadar. Sin embargo, no contaba con que el fondo sería de puro lodo. Con unos lentes de piscina, me tiré de cabeza abajo para tener el impulso suficiente para llegar al fondo, y con la poca visibilidad llegué y me encontré con una bicicleta en mal estado, y al no poder – bastante pretencioso por lo demás – sacarla alcanzo una rama de un tronco viejo y un puñado de arena. Me doy vuelta, con los “trofeos” en mano, para impulsarme con los pies hacia arriba y al empujarme solo logro hundirme en el fondo fangoso. Y sin posibilidades de impulsarme porque tengo las manos ocupadas, entro en desesperación y afirmándome de la bicicleta logro sacar los pies y antes de subir recojo un puñado de arena para llevarlo a la superficie, como trofeo, para mostrar que sí tengo mi “manhood” y que no soy solamente un niño.

Ciertamente, esto fue un acto cotidiano que no lo asocié a la construcción de masculinidad sino recién hoy, a varias décadas de ese evento recobra sentido, desde la noción de masculinidades. Las vidas de los varones están llenas de estos (micro)ritos de pasaje que constituyen hitos, que a veces son resignificados, o no, por sus protagonistas. Los amores de verano, los amigos, la relación con los padres, etc., son algunos de todos esos insumos que configuran “ese” verano en particular. La capacidad de ver los elementos en común con otros varones, a pesar de un contexto cultural diferente, es lo que posibilita una relectura de la propia vida en tanto sujeto masculino. Ahora, esto está también condicionado por el contexto que cada uno de los varones viven porque no se llega a esa relectura por simple osmosis o repetición normativa sino mediante un insight auto-etnográfico o una cierta capacidad reflexiva. Y para eso no hay recetas ni manuales sino solo la capacidad de hacerse buenas preguntas, y el éxito de esto es la insistencia de seguir haciendo preguntas, y cuestionando en cómo y porqué suceden las cosas – en términos de género por cierto- no solo en la infancia sino durante toda la vida.

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