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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Milla Mognen: Vida que valen oro

Entre los jóvenes también hoy surgen muchos Matías Catrileo que se empoderan en su propia identidad y que saben que su cultura es hermosa, como sus vidas que también son preciosas y costosas a un estado que al menos ya está empezando a lavar algo de sus culpas.

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Recorro las tierras de Araucanía, repletas de turismo estival y no puedo evitar el recuerdo de Matías Catrileo, menos ahora en que su nombre aparece en las noticias y su rostro es recurrente al “googlearlo”. Pienso en la vida de un joven talentoso que se queda interrumpida por una bala policial. Leo sus versos de poeta enamorado de su dulcinea y sobre todo, enamorado de su origen. Como tantos que marchan por las calles de Temuco, de Collipulli, de Santiago y que indagan en su historia y sienten orgullo cuando pronuncian sus apellidos mapuches. Y claro que  aún cunde la desolación por su muerte innecesaria y cruel, en medio de lo que la prensa denomina : conflicto.

Pienso también en la justicia, como una  puerta que tantas veces se ha cerrado en las narices de quienes quieren reclaman el despojo que, a todas luces, la historia evidencia en contra de quienes heredaron la sangre de un Leftraro o del beato Namuncura y que hoy  se declaran pertenecientes a un pueblo originario. Y como dice un dicho popular, no se si reir o llorar a la hora de ver los titulares de prensa, que subrayan los 130 millones de pesos con que el estado repara el daño moral de la familia Catrileo, que por siete años ha dejado sudor y lágrimas entre tribunales y una buena dosis de lastimera humillación. Una millonaria cantidad que más de algún proletario no mapuche debe estar resintiendo en esta hora, tanto o más quizás como debe estarle pesando a la familia Luchsinger Mackay que aun no se recupera del shock de tener a sus patriarcas en cenizas, producto de una acción salvaje y mal intencionada, pero que si tiene a un acusado cargando sobre sus hombros una condena solitariamente asumida.

Los millones que el sistema legal hoy concede,  nunca son equivalentes a una vida exterminada con balas amparadas por un estado, menos aún en tiempos de democracia. Los “palos” más o menos, no equivalen a siete años sumidos en dolor y desesperanza que los billetes difícilmente borran a cabalidad.

Pero al menos, de la misma forma que el informe Rettig intentó calmar los clamores de justicia de un sector importante del espectro político , que incluso gobierna hasta hoy, los actos de compensación que permite el orden judicial, tienen un manto de legitimidad que en algo equilibran un sentido de balanza. Si ella hoy se carga al lado de la víctima, no es un hecho menor  y simboliza que los jueces chilenos hoy consideran a quien se encuentra al otro lado del poder.

Tampoco significa un acto que motive a celebraciones. Tanto la muerte de Matías, con su indemnización incluida, como la espantosa muerte de los Luchsinger Mackay son frutos de la misma lacra que cunde en Chile y que se llama: Negación o Ninguneo, que como mapuches conocemos bien como el  intento de anular el hecho de que este país no es homogeneo y que en su seno alberga pueblos, con identidad clara. Entenderlo es en sí un desafío permanentemente a una corte suprema y un país que por mucho tiempo ignoró el reclamo mapuche o aymara y que permitió el abuso y el crecimiento de un rencor que resulta en violencia y expresiones ciegamente racistas de lado y lado. Un ninguneo que se sigue dando en la academia, con Villalobos y sus apoltronados seguidores. Ninguneo en la política y su constitución que aún nos niega representación. Ninguneo en las palabras de ciertos terratenientes. Ninguneo online donde algunos dejan en claro que jamas permitirían que se enseñe mapudungun en un colegio. Ninguneo en los medios masivos en que lo indígena es simplemente un cacho. El mismo cacho que resulta el tema en las municipalidades donde no importa tener acéfalas por meses,  aquellas oficinas de pueblos originarios, como sucedió en Peñalolén.

Al menos este siglo 21 que ha permitido revisitar el pasado como nunca, con tratados limítrofes bajo lupa, debe dejar espacio a seguir revisando y cumplir las palabras del mismo O`Higgins quien dejaba claro que hay pueblos indígenas con derecho a existir y no ser pisoteados. El siglo actual es testigo que este pueblo sigue de pie, con sus apellidos plenamente distinguidos por el registro civil-cosa que no sucede en muchos países latinoamericanos- y que empiezan a aparecer en tribunales no como víctimas, sino que también como abogados, como un Quirilao,un Millaleo o un Antilef. Entre los jóvenes también hoy surgen muchos Matías Catrileo que se empoderan en su propia identidad y que saben que su cultura es hermosa, como sus vidas que también son preciosas y costosas a un estado que al menos ya está empezando a lavar algo de sus culpas.

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