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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Sobre la ley de aborto

¿No podríamos esperar de la Jerarquía de la Iglesia Católica que, en vez de blandir la espada de la ley, se moviera a compasión, con sensibilidad cristiana, ante situaciones humanas insoportables?

Por Andres Opazo B.
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Andres Opazo B. es Máster en teología de la Universidad Católica de París y Doctor en Sociología de la Universidad de Lovaina. Ex Sacerdote de la Congregación de los Sagrados Corazones.

El Cardenal Ezzati nos llama a rechazar la ley del aborto y nos dice que Dios no la quiere. Yo, como católico, prefiero buscar lo que Dios quiere en la palabra y la vida de Jesús. “¡Ay de ustedes, maestros de la ley!, que cargan sobre los demás cargas que nadie puede soportar, y ustedes ni siquiera con un dedo pueden tocarlas.” (Lucas XI, 46) Y entonces me pregunto: ¿Ha pensado el Cardenal en la situación dramática de miles de mujeres y sus razones para solicitar un aborto? ¿Por qué imponerles más carga que la que pueden soportar?

“Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino, pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva. Pues bien, ¿cuál de estos tres se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos?” (Lucas XI, 1-11) Jesús pone en escena a dos funcionarios de la religión: un sacerdote y un levita. Ellos no llegan a ser prójimos del caído. Sí lo es el samaritano, es decir, un hereje condenado por la religión judía, que se conmueve y lo cuida. Ni el sacerdote ni el levita hacen el daño al caído, pero son insensibles ante su suerte.

Cuando los observantes de la ley quieren lapidar a la mujer sorprendida en adulterio, Jesús les dice: el que esté sin culpa que tire la primera piedra. ¿No podríamos esperar de la Jerarquía de la Iglesia Católica que, en vez de blandir la espada de la ley, se moviera a compasión, con sensibilidad cristiana, ante situaciones humanas insoportables? De lo que estoy cierto es que el primado de la ley y del castigo no es, realmente, lo que quiere el Dios de Jesús.

 

 

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