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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Dávalos y el discurso de la igualdad

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A diferencia de lo sostenido por diversos analistas, que han señalado que el caso Dávalos contradice el discurso igualitario de la Nueva Mayoría, puede, más bien, afirmarse que lo confirma. La razón es que la coalición de Gobierno, a través del mentado “programa” y de sus reformas consiguientes (algunas ya aprobadas, como la referida a la educación escolar), no se basa en la igualdad de oportunidades básicas y en la meritocracia —un discurso eminentemente liberal—, sino en la igualdad material, independiente del esfuerzo personal de cada uno.

La eliminación de la selección por mérito en los denominados colegios emblemáticos es un ejemplo palpable de lo anterior. Ya que el mérito no importa, porque —se afirma— éste siempre es producto de las desigualdades materiales de origen, lo que hay que hacer es igualar las prestaciones sociales, dejando, sin embargo, fuera de sus efectos a los encargados de proveerlas. Como bien sabemos, la educación particular, a la que asisten los hijos de gran parte de los políticos y técnicos de la Nueva Mayoría, no fue tocada por esta reforma, la que podrá seguir seleccionando, tanto por mérito como en base a otros criterios.

Dicho de otra forma, el control estatal destinado a sustituir la competencia en diversas esferas de la vida humana (no sólo en materia directamente empresarial), supone la creación de una élite de privilegiados, con beneficios especiales. Si bien este proceso resulta mucho más palpable en los socialismos extremos (comunismos y fascismos), puede también percibirse en colectivismos moderados, como las socialdemocracias o estados de bienestar.

En efecto, cuando se ataca la competencia, comenzando por un discurso orientado a demonizar el lucro, se establece una desigualdad mucho más radical que la que se pretende combatir: aquella generada por la casta de privilegiados que expresan la voluntad oficial del Estado, destinada a sustituir las libertades personales que se estiman como enemigas del “bien común” o “interés general”. Palabras vacías, pero que inicialmente, y expresadas de manera vaga, suelen resultar atrayentes para importantes sectores de la población.

En este sentido, claro es este planteamiento de Friedrich Hayek en Camino de servidumbre (1943): “Como sólo el poder coercitivo del Estado decidirá lo que tendrá cada uno, el único poder que merece la pena será la participación en el ejercicio de este poder directivo”. El punto clave de cualquier política de control estatal en los términos indicados, es decidir quiénes serán las personas encargadas de planificar la vida de los demás. “¿Quién planifica a quién? ¿Quién dirige y domina a quién? ¿Quién asigna a los demás su puesto en la vida y quién tendrá lo que es suyo porque otros se lo han adjudicado?”, son algunas de las preguntas formuladas por el economista austriaco.

Si bien es evidente que Sebastián Dávalos no entra en la categoría de planificador en sentido estricto, sí forma parte de las redes políticas, sociales y familiares de la elite que, de acuerdo al discurso de la actual coalición de Gobierno, se considera llamada a satisfacer las necesidades de las personas por la vía de reemplazar sus libertades. Por otra parte, el sistema que se genera —al menos, el ethos que él da cuenta— no implica precisamente una separación entre la política y el dinero, puesto que lo que lo se pretende es controlar el dinero a través del ejercicio del poder. En una situación como esta, sobre todo si se trata de políticas colectivistas moderadas desde un punto de vista económico, resulta normal que desde el poder se tejan conexiones más o menos directas con determinados grupos empresariales.

Es falso que el discurso de la Nueva Mayoría sea el de la igualdad de oportunidades y de la meritocracia, que el hijo de la Presidenta Bachelet habría contradicho. Más bien, es contrario a la movilidad social por la vía del esfuerzo personal y a favor, en cambio, de la prestación de servicios sociales homogéneos para la mayoría, incluyendo a los sectores medios. Pero dejando fuera, claro está, a los elegidos para experimentar con el resto, pero nunca con ellos mismos. Sebastián Dávalos encaja perfectamente en este relato.

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