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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El patio de Delfina

"Es cierto que matizar con respecto a un hecho tan grave como una violación claramente es una torpeza, pero ése es precisamente el punto: Delfina viene de una época y de una elite que se permite las torpezas".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

En una entrevista a un medio online, Delfina Guzmán nuevamente prendió con sus palabras las redes sociales. Es cierto: hoy todo prende a las redes sociales. Pero el hecho es que entre muchas cosas relativizó las violaciones diciendo que no creía mucho en ellas. Es raro no creer en algo preciso y evidente. Es una manera extraña de usar las palabras. Es una forma rara de afrontar la realidad lo que nos muestra Delfina.

Es un lenguaje que se aleja de lo que hoy vemos, ya que resulta algo ambiguo y lento, como si cada vez que dijera algo saboreara las palabras, las frases. Eso claramente no es de nuestro tiempo.

La época que vivimos hoy en día es más bien llena de certezas de lo bueno o lo malo, no así de los matices. Es cierto que matizar con respecto a un hecho tan grave como una violación claramente es una torpeza, pero ése es precisamente el punto: Delfina viene de una época y de una elite que se permite las torpezas. Que las disfruta porque fue educada para vivir en una realidad suya, en donde los símbolos, la patria y la institucionalidad eran parte de su parentesco; eran como sus tíos, sus abuelos y sus bisabuelos.

Porque aunque se haya convertido en comunista, lo cierto es que en Chile las grandes familias pesan más. Los lazos y la defensa de un mundo y de una manera de hablar es lo que los mueve. Por eso son irónicos y miran lo real como un fundo, como parte del sufrimiento algo irrisorio de quienes forman parte de lo suyo, de esas tierras que sus ascendientes construyeron y le inculcaron proteger y observar como quien cuida un cuadro familiar.

Delfina no habla como una ciudadana más que ve en la otra mujer a un par. No. Ella lo hace desde un podio, desde una escala moral que le dieron sus parientes. Su sangre. Los patrones.

Entender a Delfina Guzmán, es entender Chile. Escucharla resulta revelador y desnuda a esa patria que se esconde tras una democracia demasiado higienizada, demasiado correcta, pero que aún no entiende su procedencia y por qué hay personajes como la actriz que se sienten libres de hablar.

Delfina es la oligarquía. Es parte de quienes ven nuestros problemas como tonteritas del campo, como leseras de un canto popular que se escucha lejos, pero que no hay que tomar muy en cuenta. Es su rebeldía, es su manera de golpear la mesa y llamar la atención. Es su irreverencia ante ella misma. Ante su condición que le exige quedarse callada y no decir lo que comúnmente los oligarcas dicen mientras almuerzan a puertas cerradas.

Delfina habla y fuerte. Quiere mostrarse porque no tiene la menor idea de la razón por la que tendría que quedarse callada. Este país es suyo. Sus cambios y sus exigencias de derechos los ve como cosas importantes, pero su mirada es con cierta distancia. Con la cierta altura que la sustenta una historia de Chile que situó a algunos como dueños y a otros como simples peones y ahora ciudadanos.

Es la eterna brecha social de nuestro país. Esa brecha que lamentablemente no se solucionará con buenas intenciones y con bonitos discursos, porque todavía reina en las cabezas de algunos esa rebeldía de Delfina Guzmán. Aún en sus mentes circula la idea de que son reyes aunque no lo digan en voz alta. Aunque quieran decir que en Chile ya no existen castas, lo cierto es que disfrutan de la suya y la muestran con insolencia y poco recato. Buscan atrapar los símbolos para recordarnos que estos no nos pertenecen a todos y que si fuera así, este sería otro país.

Entender es saber nuestra procedencia y comprender que nuestra elite es un resultado de eternos matrimonios entre ellos. Y que esa endogamia al borde de la promiscuidad es lo que le da fuerza a la madre del ministro de Educación para hablar de Chile como si hablara de lo que sucede en su patio, ya que los fundos hoy no existen. Y como si nosotros, los chilenos, viviéramos en ese patio.

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