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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El Empate

Si la política se sigue separando del día a día de los ciudadanos, si seguimos rompiendo el mito de la probidad de la clase política chilena y los ciudadanos solo escuchan problemas de cientos o miles de millones entre privados y políticos, estamos haciendo una invitación al populismo.

Por Pablo Matamoros
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Durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, el mundo vivió en una Guerra Fría entre dos potencias que mantenían un peculiar equilibrio de fuerzas, y empleaban al resto del planeta – Afganistán, Angola, Nicaragua o el mismo Chile-, como campo de batalla. Bajo esa lógica, que duró casi 50 años, los daños colaterales eran precisamente eso: meramente daños colaterales. No importaba el destino de las naciones ni las vidas humanas, con tal de frenar, dependiendo de qué lado del juego estuvieras, el avance norteamericano o soviético.

¿Cuáles fueron los costos reales de dichas acciones?, ¿quién “perdió” la guerra?, ¿cuáles fueron las consecuencias globales y formales de dichas batallas? No lo sabemos. Cuando ambas potencias tuvieron acceso a armas atómicas, el poder de disuasión se transformó en la manera de hacer política, y este ajedrez, un tanto irreal, el tablero donde se mostraban los dientes.

¿Quién gana con la teoría del empate en los casos de corrupción política en Chile?, ¿cuál es la ventaja que se quiere obtener bajo la teoría del “son todos narcos”?

El empate termina siendo una fuerza disuasiva, tal como lo fueron las bombas atómicas, que hace el juego irreal y fangoso, y en donde no podemos medir claramente las consecuencias. Un juego en donde aparentemente el único que pierde es la democracia, y por consecuencia la República.

¿Podemos leer o entender las posibles consecuencias de esta teoría del empate?, ¿Quiénes ganan o pierden en este juego? Como en la Guerra Fría, en donde aparentemente nadie ganaba o perdía, aquí pierde la nación en su conjunto, pues la confianza en las instituciones se derrumba.

¿Quiénes querrán ocupar cargos públicos ahora?, ¿Qué tipo de test de la blancura tendrán que cumplir los candidatos a cargos de representación popular, si cualquier acción es “dudosa”? la respuesta es simple, pero al mismo tiempo poco auspiciosa: si convertimos la actividad política en un campo de sospechas, sólo los realmente sospechosos, aquellos que no tienen nada que perder, intentarán ocupar los cargos públicos, y desplazarán a los tipos y tipas honestos que no estarán dispuestos a entrar a ese barrial.

Tal como sucedió en las últimas elecciones, en donde un bajo porcentaje del electorado votó, una consecuencia de este empate-desprestigio es la desafección: el sentimiento de que las acciones políticas no nos afectan directamente o que no importa quien gobierne, pues “todos roban”. Y eso puede ser catastrófico para la democracia.

Si la política se sigue separando del día a día de los ciudadanos, si seguimos rompiendo el mito de la probidad de la clase política chilena y los ciudadanos solo escuchan problemas de cientos o miles de millones entre privados y políticos, estamos haciendo una invitación al populismo.

Nuestra Constitución nació en dictadura, bajo cuya lógica la desconfianza en los “señores políticos” era Política de Estado. Esa constitución y el cuadro en que nos encontramos hoy vuelve necesario renovar este “pacto social” y buscar nuevas formas de entendimiento, desde lo práctico y lo simbólico.

Porque así como es importante perseverar en las libertades personales, también es necesario entender que vivimos en sociedad y que somos responsables de nuestro devenir y de nuestro entorno. La República la formamos todos, y si esta entra en crisis, nosotros también lo hacemos.

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