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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Selma

David Oyelowo (actor de teatro, británico de origen nigeriano) merecía una candidatura al Oscar. Tom Wilkinson y Tim Roth son creíbles como el vacilante Presidente Lyndon Johnson y el racista gobernador George Wallace: sobre todo porque encarnan todas las contradicciones del gigante norteamericano, donde – en ese tiempo – los mass media sí podían obligar a los políticos a cambiar por lo menos una parte del establishment.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Selma es un topónimo de una pequeña ciudad en el estado de Alabama, históricamente conocido por la discriminación racial. Allí se manifestó pacíficamente, en la primavera de 1965, un grupo de defensores de la igualdad de los ciudadanos negros para su derecho al voto.

Ava DuVernay, nacida en 1972, es una directora afroamericana que se dio a conocer con una película (Middley of Nowhere) y fue premiada en el Sundance Film Festival de 2012. El protagonista es Martin Luther King, Premio Nobel de la Paz 1964, que habría de morir asesinado en Memphis (Tennessee) el 4 de abril de 1968.

Los créditos finales advierten que no es un documental (aunque incluye filmaciones históricas), sino que trata de reconstruir hechos realmente acaecidos, con algunos cambios necesarios para el desarrollo del relato. Y la verdad es que la película quiere presentar a un hombre real con todas sus dudas acerca de las consecuencias que pueden tener sus ideales en los que lo siguen. El guión se apoya en los discursos, que me recuerdan el tono encendido de las epístolas de San Pablo: empieza con un tono sumiso, que va ganando espacios y se expande en una maravilla retórica (en el mejor sentido de la palabra) repleta de espiritualidad y de carisma político, al mismo tiempo.

Hay un cierto maniqueísmo en el género cinematográfico que denuncia la discriminación (Mississippi en llamas, de Alan Parker, por ejemplo): los blancos son siempre los malos y los negros son siempre los buenos. Incluso, si hay un blanco “bueno” – como el pastor bostoniano del filme – es masacrado por sus iguales de raza.

David Oyelowo (actor de teatro, británico de origen nigeriano) merecía una candidatura al Oscar. Tom Wilkinson y Tim Roth son creíbles como el vacilante Presidente Lyndon Johnson y el racista gobernador George Wallace: sobre todo porque encarnan todas las contradicciones del gigante norteamericano, donde – en ese tiempo – los mass media sí podían obligar a los políticos a cambiar por lo menos una parte del establishment.

Pero para otros pueblos puede haber una segunda lectura. Los chilenos apaleados, degollados y quemados vivos porque defendían los derechos civiles no eran “pobrecitos negros” golpeados desde siempre por la historia (entre paréntesis, sí podría serlo el pueblo mapuche), sino que fueron víctimas de un sueño, como el que también hizo realidad Martin Luther King.

Sólo que el tener derecho a voto no implica tener acceso al poder, cuando éste es manejado por cúpulas partidistas que terminan representándose a sí mismas y apuntalándose entre ellas.

Pero ése es otro tema. Como hacía decir Rufino a un personaje empingorotado, en sus dibujos de la revista “Hoy”, refiriéndose a los chilenos antidictadura: “¡Claro! Ahora quieren elecciones libres. ¡Y después van a querer presentar candidatos estos roteques!”

(Selma. Gran Bretaña, 2014)

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