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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Siempre Alice

Los que hemos tenido la dolorosa experiencia de ver como un ser querido se va apagando como una vela y como se va aislando en un presente que la aprisiona, no podemos más que conmovernos con una película como ésta.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

¡Sí, señoras y señores! ¡Nadie está libre! El Alzheimer ataca a todo el género humano y su manera socarrona de actuar me recuerda la desconexión del computador Hall en 2001: odisea del espacio de Stanley Kubrick.

Los que hemos tenido la dolorosa experiencia de ver como un ser querido se va apagando como una vela y como se va aislando en un presente que la aprisiona, no podemos más que conmovernos con una película como ésta.

Pero – ¡atención! – no hay en ella nada de sensiblero ni de melodramático.

Alice Howlan (soberbia interpretación de Julianne Moore, con merecido Premio Oscar por esta actuación) es madre, esposa y brillante académica. Después de una serie de episodios desconcertantes, se pone en manos de un neurólogo el que – sin eufemismos ni falsas esperanzas – le pronostica su inminente destino.

Comprende que debe dejar todo en orden e incluso programa su propio fin dejando todo preparado para ingerir una sobredosis de medicamentos y quitarse la vida. No soy un spoiler y, por lo tanto, me detengo ahí. Pero me pongo en la desesperante condición de una persona que deja grabaciones para cuando ya no tenga la capacidad de autorreconocerse.

Otro episodio conmovedor es aquél en el que, después de muchas horas de trabajo, Alice logra escribir un discurso para leerlo en un encuentro sobre el morbo que la aqueja y debe evidenciar con un plumón los textos que ha leído para evitar repetirlos.

El cine suele tener una función terapéutica: genera nuestra anamnesis o nuestra catarsis, como ya lo hacía la antigua tragedia griega. Y, en este caso, no se trata de entristecerse ante la realidad de una mujer que lo tuvo todo y empieza a quedarse sin nada. Alice bracea para mantenerse a flote mientras todo empieza a alejarse de su mente: su esposo (un correcto Alec Baldwin), la hija a la que quería dirigirle la vida porque quería ser actriz (Kristen Stewart, ya liberada del personaje de Crepúsculo), la otra hija que tiene gemelos (Kate Boswoth), el hijo que está terminando la universidad. Todos la quieren y la acompañan.

No hay patetismo ni exhibicionismo. La novela de Lisa Genova probablemente está basada en casos reales, pero creo que hay dos elementos que – según mi parecer – sustentan la película. Uno es el reconocimiento de nuestra fragilidad, que ya había sido planteado en Lejos de ella, de Sarah Polley (2006), con una quebrantable Julie Christie. El otro es la convicción de que, cuando nuestra sabiduría y nuestros recuerdos se hayan borrado, sólo quedará el cariño que supimos difundir y compartir.

(Still Alice. USA/Francia, 2014)

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