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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Basta de joderlas

Es simplemente insoportable. Las estamos evaluando todo el tiempo. Por lo guapas. Por lo feas. Por flacas o por gordas. Por arrugadas, por culonas, por acinturadas. Porque son infieles o moscas muertas. Por reprimidas o desinhibidas. Porque caminan así o asá. Y, lo que es peor, nos atrevemos a hablar de esto como si no fuera discriminación, como si no fuera un atentado a la dignidad humana.

Por Rodrigo Guendelman
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Que estaba gorda. Eso era lo que obsesionaba a demasiada gente en redes sociales cuando una ex ministra del primer gobierno de Bachelet apareció el lunes en la noche en un programa de CNN. Así como a la alcaldesa de Santiago la llenaron de insultos misóginos cuando se reabrió la Plaza de Armas el año pasado, a esta directora de Codelco la descueraron por un supuesto cambio de peso. Es decir, por su apariencia. Nadie se refería a los kilos del ex ministro Mañalich o al look del analista Alberto Mayol, también presentes en el programa.

Machismo a la vena, de parte de hombres y mujeres. Cambiemos de protagonista. Hablemos de Kenita Larraín. Y de los memes. De esas imágenes que la muestran llorando y en las cuales siempre hay una frase que dice algo así como “No quería contarlo, pero también me acosté con xxxxx” (ponga usted en las equis el nombre del personaje del momento). Qué curioso, ¿no? Uno de los memes más viralizados de Chile se burla de una mujer por su sexualidad. Tan cobarde, además, que ni siquiera la llama puta directamente, pero a todos nos queda claro que ese es el mensaje. Una mujer, dueña de su cuerpo y de su vida, que cometió el “error” de plantar a uno de nuestros héroes- macho alfa, es condenada de por vida a llevar el cartel de meretriz en el planeta digital.

Permítanme un salto geográfico. Hace unos años, la diseñadora gráfica canadiense Rosea Lake publicó una foto donde se veían dos piernas femeninas con la falda recogida y una serie de adjetivos que mostraban lo que la gente piensa al ver el largo de esa prenda. Ello dio pie a una campaña actual de la organización internacional feminista Terre des Femmes que deja muy claro lo que algunos murmuran y otros vociferan dentro de su cabeza. “Mojigata”, “pasada de moda” o “aburrida” cuando el vestido es muy largo o no hay escote, hasta “tentadora”, “descarada”, “ofrecida”, “suelta” y “puta”, cuando la falda va transformándose en mini y el escote deja ver cada vez más el cuerpo.

Es simplemente insoportable. Las estamos evaluando todo el tiempo. Por lo guapas. Por lo feas. Por flacas o por gordas. Por arrugadas, por culonas, por acinturadas. Porque son infieles o moscas muertas. Por reprimidas o desinhibidas. Porque caminan así o asá. Y, lo que es peor, nos atrevemos a hablar de esto como si no fuera discriminación, como si no fuera un atentado a la dignidad humana.

¿En qué momento se volverá políticamente incorrecto referirse al aspecto físico de una mujer? ¿Cuándo dejaremos de medirlas por cómo se ven, por cómo se ríen, por cómo hablan, por cómo se visten? No es ninguna excusa que haya tantas mujeres cómplices de esta enfermedad social, mujeres que denigran a otras mujeres sin entender el daño que se auto infligen. Eso sólo agrava las cosas. A veces es bueno recordar, aunque suene ñoño y hasta poco moderno, que cada mujer a la que juzgamos, cada mujer a la que nos sentimos con el derecho de indicar con el dedo, tiene una madre. O es una madre. Esa que, con nuestra habitual hipocresía, tanto decimos respetar.

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