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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Estamos todos solos…

En esta debacle social y cultural, parece que la supervivencia del más apto supera a la necesaria solidaridad que exige la convivencia y la civilidad.

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de Dirección General en la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez. Consultor en Política Empresarial.

Siempre igual… El político hablando a la “gente” como si la gente fuese algo simbólico, cuyas necesidades son simbólicas y sus expectativas de bienestar son un reclamo lógicamente simbólico.

Lo simbólico es lo que no está en su sitio y es un condimento central en la política y la estrategia cuyo ámbito son las ideas y la formulación para después pasar a la gestión y a la acción concreta.

El discurso y el relato son las manifestaciones de las que se vale el político para convencer a ese grupo que existe pero que para el político es parte de un escenario dónde un millón de manos lo aplauden.

Pero el político que vive esta era de pasión democrática popular, no sabe quién lo aplaude. Lo supone, lo construye en su mente, pero no sabe quién es.

Está lejos aunque físicamente parece cerca cuándo da la mano, cuándo se abraza a la multitud en las giras pre electorales, cuándo alza a los niños para la foto. Está lejos.

Y esa lejanía le otorga la individualidad y soledad suficiente para encerrarse en decisiones y situaciones que parecen ajenas a la gente, porque la gente está lejos.

Se permite negocios, conversaciones íntimas, acuerdos secretos, decisiones unipersonales que le incumben a él y en el que la gente no está. Aunque sean decisiones que afectan el bienestar, la supervivencia y la vida de las personas.

El político está solo y actúa en consecuencia. Esa consecuencia es corrupción porque nadie la ve, salvo los medios que también se suponen cerca de la gente y se mantienen lejos con tal de mejorar su capacidad de negociación y nivel de rivalidad frente al poder y gobierno de turno.

Los medios también están lejos.

Y en esta soledad ó desamparo, los empresarios también se suponen cerca de la gente (Clientes para ellos) cuándo tienen que seducir al rebaño para poder optimizar su rentabilidad y riqueza, pero también están lejos a la hora de los reclamos por excesos, de las negociaciones encubiertas con el poder, con el uso de su potencial económico para torcer voluntades políticas.

Los empresarios también están lejos.

En esta debacle social y cultural, parece que la supervivencia del más apto supera a la necesaria solidaridad que exige la convivencia y la civilidad.

Entonces aparece la corrupción, hechos que hacen dudar de la gobernabilidad de los gobiernos, de la capacidad de generar leyes por parte del poder legislativo y de la ecuanimidad del poder judicial muchas veces comprado ó amenazado por un poder superior.

Entonces, nos estamos quedando solos. Ni siquiera sigue vivo el Chapulín Colorado que podría salvarnos, aunque en realidad necesitemos cada vez más de superhéroes simbólicos que permitan destrabar y desarmar las telarañas de artimañas de quienes se dicen políticos y que sólo son oportunistas.

Los gobiernos se han transformado en empresas familiares (Los Bachelet, Los Kirschner, Los Maduro) y eso genera paternalismo frente a militantes que se comportan como mendigos para tomar una parte del banquete.

Pero todo en nombre de la gente. La gente que existe pero que sólo está en el supuesto de quienes gobiernan y que suponen hacerlo bien.

Por eso estamos solos. Cada vez más solos.

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