Respuesta a Sergio Bitar
Que se vayan todos los responsables de la debacle. Así de simple, señor Bitar. Sí, que se larguen.
Patricio Araya es Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Usach).
¿Quieren echar a todo el mundo y que llegue un populista cualquiera; quieren otro militar?, se pregunta en una reciente entrevista el ex senador y ex ministro Sergio Bitar frente a la actual crisis sociopolítica. La respuesta a esta triple interrogante es: sí, quién sabe, no.
Señor Bitar, en el entendido que la semilla fundante de la democracia es la fe pública –hoy violentada, burlada, minimizada, omitida, dañada y desdeñada a más no poder por el ímpetu de la corrupción desatada–, ¿no resulta razonable decir que el país se encuentra en un escenario de quiebre democrático inminente producido, en principio, por la inexcusable incapacidad del actual gobierno de administrar el capital de la confianza ciudadana? Frente a ello, lo mejor sería que se fueran todos los responsables de semejante debacle, empezando por la propia Presidenta Michelle Bachelet, quien no posee la debida auctoritas que se espera de ella, en tanto madre de un funcionario inescrupuloso, con quien se muestra indulgente; en tanto Jefa de Estado, inoperante para liderar su coalición, dejando en manos de ésta la repartición de cargos y privilegios.
Con Bachelet también debieran irse su gabinete y sus pésimos asesores. ¿Dónde se ha visto a una encargada de prensa, como Haydée Rojas, quien en vez de ocuparse de las comunicaciones oportunas y veraces de la Presidencia, funge de guardaespaldas de su jefa, obstaculizando el contacto de ésta con los medios, temblando de pavor frente a los medios, tal como también hace el vocero Elizalde?, ¿es razonable que el subsecretario del Interior aparte con el codo a su ministro, ninguneando su liderazgo como titular?
Dada la pérdida de confianza en la figura de la Presidenta de la República, según las encuestas de opinión y la realidad mediática, debieran dejar el gobierno todos aquellos que llegaron a él al amparo de la confianza delegada por quien los designó en sus cargos. Es decir, debieran dejar sus cargos todos los que no representan a los sufragantes, y que ejercen funciones delegadas por una persona que a estas alturas –apenas a un cuarto de su mandato– se ha deslegitimado, pulverizando sus propios atributos personales de credibilidad y confianza que la trajeron de vuelta de Nueva York.
Que se vayan todos los responsables de la debacle. Así de simple, señor Bitar. Sí, que se larguen. ¿Qué legitimidad tienen hoy los parlamentarios tramposos que delinquieron para conseguir sus escaños malolientes?, ¿acaso ellos mismos no han sido quienes se farrearon la democracia, convirtiéndola en una parodia de sí misma?, ¿no fueron estos canallas que han hecho de Chile el hazmerreír bananero de moda?
Señor Bitar, ¿por qué le teme al populismo? El populismo siempre ha estado aquí, es inherente a la democracia; en rigor, los populistas se instalaron junto a ella a principios de los noventa, cuando los sedientos de poder y figuración, movidos por el deseo de apernarse para siempre al carguito público o al escaño, salieron a ofertar lo imposible. En efecto, cada vez que un político ofrece algo a un elector, está siendo populista. ¿No es populismo cuando un concejal sale a ofertar obras públicas, a sabiendas que él no maneja recursos?, ¿no es populismo cuando la familia Girardi vocifera su pertenencia territorial con Cerro Navia, en circunstancias que ninguno de sus miembros vive allí, ni manda a sus hijos a almorzar a sus escuelas tercermundistas?, ¿no es populismo cuando los políticos ofician de edecanes de la Presidenta Bachelet en cámara, sólo para visibilizarse, como polillas?
En Chile el populismo es cotidiano, es la moneda de cambio del asistencialismo y del cosismo. ¿Acaso ya no estamos sitiados por él? Don Francisco es populista. La televisión es populista. Lavín llenó de arena una orilla del Mapocho para convencer a los pobres que eso era lo mismo que Pucón. Entonces, ¿por qué demonizar el populismo como si fuera un hecho aislado y marciano, dejándolo sólo en manos de ciertos díscolos, cuando en realidad siempre ha estado presente? Que mañana sea Marcos Enríquez Ominami, o Franco Parisi, o Roxana Miranda, o incluso, el mismísimo Leonardo Farkas, el que cruce el umbral de La Moneda prometiendo hacer en cuatro años lo que nunca nadie hizo, no sería muy diferente a lo que ya hicieron otros, desmarcándose del temido populismo, presumiendo de seriedad fiscal. La riqueza y la pobreza en este país son enfermedades de trasmisión social, y por tanto, heredables. De modo que no es mucho más lo que podría hacer un populista desde la Presidencia. Prometer, que siempre algo queda. Bien goebbeliano, en todo caso.
¿Cuánto tiempo es recomendable velar a un muerto? Desde el punto de vista sanitario un cuerpo no debiera ser velado más de tres días, después de ello su hedor se torna insoportable, a lo que se suma el riesgo infeccioso. Con la democracia pasa lo mismo. Una vez muerta, ella no puede ser velada so pretexto que se cumpla per se el paradigma de que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, con nuevas elecciones. En el caso chileno, aquello hoy no es posible, pues, una democracia aficionada e incompleta como la actual, no cuenta con los recursos suficientes para construir una democracia de altos estándares; perdurable y respetable. La democracia de estos días, tal como fue idealizada en su génesis –un poder redentor tras la dictadura que la había desarticulado–, hoy resulta ineficaz para sostenerse por sus propios medios, a fuerza de pura ideología y transparencia; por el contrario, ella sólo es sustentable mediante el dinero y la corrupción.
Señor Bitar, no se trata de si Bachelet debe renunciar, y con ella todos los irresponsables que pudrieron este ensayo democrático que sólo alcanzó para un cuarto de siglo, sino, por qué, según usted, ella debiera quedarse para arreglar este entuerto. ¿Acaso ella dispone de las suficientes garantías como destrabar el problema de la falta de confianza institucional y hacer que el país supere este inmerecido trance?, ¿ella será capaz de jalonar a su hijo, a su nuera, y a todos los inescrupulosos que ven al Estado como el botín a defraudar en cuatro años?
Por supuesto, señor Bitar, que Chile hoy (ni nunca) requiere a un dictador, por mucho que Roma lo haya concebido como una figura temporal y acotada para resolver la contingencia del imperio. Lo que hoy se requiere es enterrar el cadáver de la democracia podrida, vivir su duelo y dejar que entre aire fresco. No que entren más frescos, como Girardi, sino gente con ideas decentes y realizables, con ética pública; gente que respete a la gente, que su afán no sea conseguir una ubre fiscal para mamar hasta la eternidad, sino capaz de ordeñar en favor de todos, considerando que los recursos siempre serán menores que las necesidades.
¿Qué cree usted, señor Bitar?