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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Hasta cuándo veremos el país en blanco o negro?

Para una parte de nuestra sociedad, los carabineros –vivos o muertos- tienen menos valor que el resto de los chilenos. Algo que sucede, probablemente, porque no hemos sido capaces de superar los traumas de la dictadura. Pero, además, porque los chilenos somos gente de extremos, de blanco o negro. Usando terminología matemática, somos un grupo de humanos definitivamente binario. Es decir, de ceros o unos. Divididos y polarizados.

Por Rodrigo Guendelman
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No puedo sacarme la imagen de la cabeza. El niño llora angustiado en pleno funeral, en la cabeza lleva la gorra de su padre asesinado y la madre trata de consolarlo. Pasó hace pocos días y parece que a nadie le importó demasiado.

Alejandro Rodrigo Gálvez, un hombre de apenas treinta años, de profesión carabinero, murió en los disturbios del Día del Joven Combatiente. Alejandro, el joven Alejandro, deja dos hijos mucho más jóvenes aún y a su señora embarazada de un tercero. Un drama. Una situación terrible.

Salvo por una emotiva columna de Cristián Warnken llamada “Velas para nuestros héroes” y los testimonios gráficos del entierro, la cobertura noticiosa fue mínima y el análisis brilló por su ausencia. Es cierto, la tragedia del norte y la crisis política tienen copada la agenda, pero tengo la impresión de que aquí hay algo más profundo. Y más grave.

Para una parte de nuestra sociedad, los carabineros –vivos o muertos- tienen menos valor que el resto de los chilenos. Algo que sucede, probablemente, porque no hemos sido capaces de superar los traumas de la dictadura. Pero, además, porque los chilenos somos gente de extremos, de blanco o negro. Usando terminología matemática, somos un grupo de humanos definitivamente binario. Es decir, de ceros o unos. Divididos y polarizados.

¿Ejemplos? Hay demasiados. Desde la brutal y muchas veces mortal separación entre albos y chunchos, hasta el odio parido entre la izquierda y la derecha, así como esa caricatura del empresario (cualquiera sea) abusivo versus el trabajador abusado. Vemos el mundo como las películas de Disney, con buenos y malos, sin matices, generalizando y dejándonos llevar por el prejuicio.

Para demasiada gente en Chile, un carabinero muerto es un “efectivo” que cayó, un elemento del Estado que desapareció, un instrumento de represión que “se la buscó”. Ya sea un carabinero muerto por un disparo, un comunista detenido desaparecido o un político de la UDI asesinado en la calle, usamos el eufemismo de sus roles paras no empatizar con el dolor de sus familias, para no asumir la cobardía de la que fueron víctimas y para saltarnos el necesario acto de recordación y duelo que merece cada habitante de este país que vio su vida destruida por una injusticia.

A mí me duele profundamente ese niño que llora a su padre. Primero, por eso mismo, porque que es un niñito que se quedó sin su héroe, como tan bien escribió Warnken. Pero me duele, además, porque lo sucedido permite constatar que es gigante el egoísmo, el doble estándar y el odio parido a la hora de condenar y lamentar este hecho. El blanco o negro, ese vicio tan criollo, nos ha llevado a poner a los “pacos” (otra forma de eufemismo) en el lado de los que no merecen el mismo trato. Es un hecho difícil de desmentir: nuestra hipocresía y nuestro cinismo se han anotado un triste “poroto” con la manera en que (no) hicimos el luto por este muchacho de Los Angeles, papá, marido, hijo, hermano, amigo y, también, carabinero.

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