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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Masculinidades: entre racionalidades y robos

Estos casos se constatan, creo, como un robo del contrato social republicano y el defraude ético que se siente se ha cometido en contra del común y corriente. O sea que lo importante no es el dinero, sino el valor vamos asociado a ello.

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Uno de los temas candentes, de lo cual algunas veces me refiero en este espacio, sería lo que se ha llegado a denominar en este último tiempo el caso PENTA, Caval y SQM. Ciertamente el debate contingente está, a estas alturas, bastante circunscrito a quienes opinan y rechazan el actuar de los involucrados, o potenciales involucrados, tanto por el tema moral como legal. Por tanto no voy a referirme al caso PENTA en términos al cual ha estado referido hasta ahora tanto por el lado de las teorías conspirativas o como errores involuntarios. Y en este contexto el debate se ha dado exclusivamente entre hombres y además disputando quienes son blancas las palomas y quienes son los ladrones. Y en paralelo los expertos entregan sus visiones respecto al caso y como esta afecta las dimensiones de institucionalidad, democracia, ciudadanía etc. Y eso es entrar en el campo de la racionalidad, grandilocuencia y entrega de reflexiones de alto vuelo respecto de hechos, finalmente, emocionales.

Entonces, ¿podríamos ver el robo como un acto emocional? Es rara y está fuera de lugar la pregunta porque se podría pensar que el robo es cualquier cosa pero menos un acto emocional. Seguramente se espera una argumentación de mi parte sobre este punto, sin embargo, pero para no racionalizarlo creo que basta decir que la llamada racionalidad económica, dentro del cual el robo se inserta, es el proceso – social por cierto – mediante el cual se establece el valor de (inter)cambios entre sujetos/objetos que sintetiza ese valor. Es – el valor – por tanto un acuerdo entre dos partes, un intercambio buscado y deseado. Y el intangible que guía y regula ese intercambio es la reputación. Y junto con la credibilidad son los elementos centrales que forman el cómo se debate esta crisis política. Cristián Leporati en esta columna plantea que ese intangible es lo más importante en el intercambio, y en ese proceso lo emocional – y no lo racional – entra al juego.

¿Cuáles son las masculinidades que se proyectan con este caso? El ladrón de cuello y corbata es justamente una de esas figuras. Esto que claro cuando el Fiscal Chahúan dice que ellos (Délano y Lavín) “son una máquina de defraudar al fisco” o por lo menos así se entendió esos dichos. Entonces, por otro lado, la figura de “ladrón” es de la cual todos se alejan. Por ejemplo, mediante la contestación de Délano cuando dice, sarcásticamente, que ellos son “una máquina para crear empleo”.

Ellas, en todo este escenario, aparecen como actoras secundarias porque son las manos operadoras, de la mente criminal, o como las destinatarias de tales riquezas. En tanto esposas y en tanto secretarias que cumplían órdenes. Ya no es solo el ladrón, ese proveniente del bajo pueblo como diría Salazar, sino ahora – con este caso – el sujeto proveedor queda invalidado e instalado definitivamente dentro de la conciencia y debate colectivo, el ladrón de cuello y corbata que roba por placer.

Y ahí se vuelve un referente, en el discurso social, una masculinidad no deseada pero que está tensionada con la pervivencia de la noción del proveedor en un contexto globalizante de la pobreza. Y por tanto implica una revisión y cuestionamiento no solo del sujeto masculino sino también de un sistema (valórico y práctico) que explota a lxs sujetxs insertos en ello. Estos casos se constatan, creo, como un robo del contrato social republicano y el defraude ético que se siente se ha cometido en contra del común y corriente. O sea que lo importante no es el dinero, sino el valor vamos asociado a ello.

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