La carta a La Segunda y el progre reaccionario
Es el progresista reaccionario. Ese que grita pero no realiza ningún cambio real. El que se refugia en Twitter para comentar lo que vio al pasar y hablar de ello toda la tarde. Es el que hará que la estructura del poder silencioso siga perpetuándose con una serie de otros mensajes subliminales y patronales, mientras ellos estén mirando atentamente un breve sarcasmo. Un simple comentario que en sus cabezas hace llamados imaginarios.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
“Señor director: la Biblia no se opone no se opone ni al matrimonio ni a la adopción por parte de los homosexuales; dice que hay que asesinarlos”, escribió un Richard Rodriguez Hormazábal a la sección de cartas a La Segunda. Esto, de manera rápida-como todo en las redes sociales- se propagó y formó la idea de que había una incitación al asesinato de gays de parte de quien escribía el breve texto y también de La Segunda al publicarlo.
A la rápida, también, claramente uno queda descolocado, pero cuando se detiene a pensar lo escrito puede ver el sarcasmo y la exegesis de lo que dice el “texto sagrado”. No es falso lo que se escribe: la principal guía del catolicismo no habla de impedir que los homosexuales se casen o adopten, ya que ni siquiera llega a esos niveles de sofisticación. Para el Antiguo Testamento la llamada sodomía convierte poco menos a los hombres y mujeres en seres abominables que, no tienen derecho alguno. Eso es todo, la interpretación de algo que todos sabemos e incluso una crítica a un conservadurismo que llega a niveles inhumanos.
Pero eso no se entendió-y tal vez ayude la edición que hizo La Segunda al texto que después el autor publicó completa en su Facebook- ya que, al parecer se andaba en la búsqueda de que dijera algo que no se dijo. Una manera para que así, una vez más, pudiéramos sentirnos mejores personas y regodearnos en nuestra superioridad moral. Es más fácil y más placentero en estos días que detenerse y pensar.
Es cierto que la manera en que fue editado el texto por parte del vespertino de Agustín Edwards da mucho para pensar, porque siempre el grupo El Mercurio tiene una intencionalidad más allá. Pero cierto también es que con todo el texto es entendible para todo quien sepa leerlo y comprenda que detrás de él no hay más que una afirmación sobre los arcaicos pensamientos en materia de homosexualidad de parte de un texto escrito hace demasiados siglos atrás.
Insisto, es sólo detenerse y analizar antes de gritar y golpear la mesa para así sentirse perseguidos.
Chile es un país homofóbico y la estructura paternalista y conservadora de la sociedad lo ratifica día a día, ahí no hay ninguna discusión. Sin embargo, también por estos días hay un sentimiento que no ayuda mucho a combatir ese colonialismo que todavía ronda por los pasillos de nuestra actualidad y es el de la higienización de mentalidades. La división entre buenos y malos y lo reacios que estamos a discutir. Sólo queremos sentirnos víctimas y ojalá mostrarle a todo el mundo que están abusando de nosotros antes de parar un rato y mirar a nuestro alrededor. Y eso no ayuda en nada a que logremos realmente los cambios en materia social que muchos queremos que se realicen. Al contrario, solamente nos ayuda a chapotear en un escenario de dolor que no nos ayuda a combatir el verdadero poder. Que sólo tiene por objetivo que nos podamos mirar al espejo y alegrarnos con lo buenas personas que somos por haber gritado más fuerte y haber mostrado con más fuerza nuestra esencia progre.
Es el progresista reaccionario. Ese que grita pero no realiza ningún cambio real. El que se refugia en Twitter para comentar lo que vio al pasar y hablar de ello toda la tarde. Es el que hará que la estructura del poder silencioso siga perpetuándose con una serie de otros mensajes subliminales y patronales, mientras ellos estén mirando atentamente un breve sarcasmo. Un simple comentario que en sus cabezas hace llamados imaginarios.
Hay muchos que prefieren esta sociedad gritona y no pensante. Muchos que, tal vez se encuentren en La Segunda, ya que es el legado del pinochetismo, el que nos enseñó que todo lo que oliera a sospechoso debía ser condenado, masacrado. Es la mejor manera para no tener a una sociedad verdaderamente politizada, pero sí muy llena de consignas que sólo van en dirección a una ideología: la del poder.