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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El secreto de Adaline

Se puede pensar en una “chick flick” (película sentimental para público femenino), pero yo quiero – como siempre – buscar una segunda lectura.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Ser eternamente jóvenes puede ser el sueño de muchos, pero puede terminar en desastre, como Dorian Gray o como Nosferatu, condenado a no poder morir. Cocoon, de Ron Howard (1985) y Daniel Petrie (1988) presentaba a senescentes que – rejuvenecidos – preferían seguir envejeciendo. Y, hace muy poco, la saga de Crepúsculo ha prospectado una vida eterna como vampiros. Además, es claro, de los guerreros de Highlander.

El cuerpo de Adaline (la modelo Blake Lively, que está “pintada” en el rol), después de un accidente, detiene su evolución a los 29 años. En un primer momento, esto no se advierte, pero cuando su hija empieza a verse de su misma edad y cuando sus datos anagráficos no coinciden con su aspecto, se transforma en un “raro especímen” buscada por el FBI y debe ocultarse cambiando de identidad y de residencia cada cierto tiempo.

Ya tiene 107 años cuando ocurre un hecho completamente inesperado que la llevará a replantearse todo lo que había planificado para esa vida sin fecha de término. Los que quieran más información, ¡vean la película! Confío en que no se van a arrepentir, sobre todo por las excelentes actuaciones de Ellen Burstyn y Harrison Ford.

Se puede pensar en una “chick flick” (película sentimental para público femenino), pero yo quiero – como siempre – buscar una segunda lectura.

Los antiguos griegos  representaban el tiempo con dos conceptos: Cronos (divinidad que devora a sus criaturas) y Kairós, que es el lapso en el que sucede algo importante.

Pues bien, Adaline vive en el mundo de Kairós. En su cuerpo de adulta joven, está la experiencia de más de un siglo, conservada por un cerebro que no ha sufrido desgaste alguno. Sus recuerdos están vigentes, pero no tiene un futuro: se muestra impermeable a los afectos, que están reducidos a los perros y a una hija que crece lejos. Y es ella, precisamente, la que le hace notar que lo único que tiene es un futuro interminable, lo que es más un peso que un alivio. Es por eso que el eterno presente de Adaline resulta atemporal en escenografía, vestuario y acompañamiento musical.  En realidad, la mortalidad hace que el paso del tiempo sea un límite necesario para  evitar la repetitividad infinita de la existencia. ¿Y el amor se conserva en la información genética? ¿Es realmente una reacción química?

Algunos querrían más toques al estilo de David Fincher, Jim Jarmusch o – incluso – de David Lynch. ¡Pero no! Dejen tranquilo a Lee Toland Krieger, que es un director joven (nació en 1982) y que tiene derecho a envejecer mostrándonos nuevas pruebas de su talento. Baste como ejemplo la secuencia en la que la protagonista es llevada a la UTI en un travelling invertido visto en picado. Después de tantos flashbacks, la vida emprende un vertiginoso rewind.

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