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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Perú y Bolivia con un Chile taimado

El apoyo del Perú a través de un comunicado conjunto a una salida al mar de Bolivia, en pleno juicio ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, ha sido un golpe bajo sin lugar a dudas. No es un lapsus comunicacional y ni siquiera un mal entendido. Ha sido una toma de posición precisa. Tampoco la subsana un reconocimiento tardío de que se trata de un asunto bilateral chileno-boliviano.

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Samuel Fernández I. es Abogado (UC), Magister en Derecho (UCEN), Embajador (r). Profesor de Derecho Internacional Público; Comportamiento Ético y Social del Abogado; y del Magíster en Arbitraje, de la Universidad Central de Chile. Académico de diversas Universidades, y de la Academia Diplomática.

Lamentablemente, esta situación se une a una cadena de hechos y acciones peruanas con nosotros, como las acusaciones de espionaje; el retiro temporal del embajador en Santiago o los incumplimientos de compromisos acordados ante la Corte luego de la sentencia de delimitación marítima. Es el caso de hacerse parte de la Convención del Mar y, en consecuencia, modificar su “mar jurisdiccional” por el de Zona Económica Exclusiva y todo lo que ello implica jurídicamente; así como otras secuelas relativas a la ejecución integral de dicho fallo frente a la nueva delimitación determinada por la Corte a expensas de Chile.

Ello sin olvidar otro asunto de suma importancia, como es ahora la reclamación del pequeño pero significativo, “triángulo terrestre”, insistiendo en que tal límite no concluye en el Hito 1, reconocido por la Sentencia, sino en el pretendido Punto 266, unos 350 metros más al sur, que ha sido siempre chileno, el cual, no obstante, tendría costa seca si hipotéticamente perteneciera al Perú. Un nuevo litigio terrestre encubado por nuestro vecino y que seguramente será motivo de otro pleito limítrofe. Vale decir, una constante de la diplomacia peruana, la que con visión de largo plazo, sin importar cuánto tarde, no está dispuesta a solucionar definitivamente las reivindicaciones fronterizas que zanjaron el Tratado de 1929 y su Protocolo Complementario.

Chile ha reaccionado con sorpresa y molestia. Hay voces oficiales que han pedido aclaraciones, y parlamentarias, que a coro han exigido explicaciones, notas de protesta y otras medidas más drásticas, como no acudir a la Cumbre a nivel Presidencial. Todas peticiones perfectamente predecibles para quienes nos conocen y son capaces de anticipar nuestras consabidas respuestas diplomáticas, enmarcadas en el estricto derecho vigente, de acuerdo al esquema que nos dejó el Siglo XIX. El resultado, un Chile que asistirá a la próxima cumbre de la Alianza del Pacífico, en Paracas (Perú), pero donde no habrá conversación alguna con el Presidente Humala. Como si con esa demostración de enojo, sorteamos la trampa. Al contrario, caemos derechamente en ella, pues seguramente así lo han planificado. Perú obtiene un logro interno que tanto necesita su Presidente y de paso, Bolivia se lleva otro apoyo político a su causa de mediterraneidad, sumado a los explícitos de Venezuela y Uruguay, sin contar con los que seguramente tiene, todavía no publicados.

Cabe preguntarse si no hubiéramos podido idear una reacción diferente, más imaginativa y, por qué no, más acorde con la maniobra de ambos países para neutralizarla. Tal vez, aprovechar el inusitado apoyo del Perú a la causa boliviana, al que debemos consultar por el Protocolo de 1929, precisamente para comprometer a Humala en una solución para su amigo Evo Morales, esta vez sin oposición a un corredor, como ocurrió en la propuesta de Charaña; o un enclave justo en el triángulo terrestre que ahora nos reclama, donde Perú generosamente, desistiría de él y Chile le cedería el mar que ya no se puede disputar; o cualquier otra fórmula ya utilizada internacionalmente, como arriendo de un territorio, un corredor binacional o trinacional de integración, sin soberanía, para unirlo, o vincularlo con la concesión peruana a Bolivia en el puerto de Ilo, el que nunca ha utilizado. Eso sí, siempre con alguna compensación boliviana equivalente, territorial, o de recursos energéticos, gas, petróleo, o agua. Nunca gratis. A lo mejor, aunque no prosperare, así podríamos desenmascarar y dejar en evidencia, al que verdaderamente se ha opuesto siempre a toda solución a Bolivia, antes y ahora. A pesar de que los bolivianos lo saben, aunque les resulta más rentable sólo culpar a Chile.

Por cierto, es imaginar lo imposible, dada la constante previsibilidad de nuestra política exterior, y el que Chile nunca tendría tanta ductilidad ni ingenio para salir de su mirada decimonónica consabida, por lo que seguimos sumando controversias con los dos países, sin recibir ningún apoyo regional ni mundial, y como siempre, arriesgando pérdidas marítimas o territoriales. Cuesta enormemente pensar el que tendríamos otra reacción, que no sea un Chile obviamente taimado.

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