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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Acoso sexual callejero: por qué la violencia de género también afecta a los hombres

Al pensar en acoso sexual callejero, dos ideas se posan sobre la mesa: mujer víctima, hombre victimario. Se entiende si contextualizamos esta relación de géneros en el ámbito legal: ‘el’ que perjudica y ‘el’ perjudicado. Ahora, ampliando la mirada, es posible advertir de una forma no tan reduccionista, que no son ellas las únicas víctimas, sino que la sociedad en su conjunto y, por tanto, también los hombres.

Por María José Guerrero González
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María José Guerrero González es Presidenta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC). Integrante de Red Ciudad Futura

El segundo estudio de OCAC Chile señaló que cerca del 55% de los hombres ha sufrido acoso sexual callejero el último año. No se confunda, no es por eso que nuestros compañeros también son víctimas. El mismo estudio indicó que en el 93% de los casos de acoso callejero, son los varones quienes lo realizan. El 99% de las mujeres ha sido agredida por un varón y sobre el 50% de los hombres dice ser acosado por otro hombre. Nos encontramos ante una variable tajante: son ellos, más –mucho más- que ellas, quienes actúan bajo la apropiación de cuerpos en los espacios públicos. Y sí, es por esto mismo que nuestros compañeros de ciudadanía también son víctimas de este fenómeno.

El acoso sexual callejero no es hijo de las pasiones de nadie, ni de ellos ni de ellas. Al contrario, tiene como progenitor un sistema patriarcal, que –como buen sistema- posee métodos de reproducción, dentro de los que encontramos variadas prácticas machistas, desde los establecimientos educacionales con sus currículum (no tan) ocultos, hasta las leyes constitucionales que nos rigen y normas sociales, que nos rigen todavía más. Entender este sistema patriarcal sólo como ‘injusto’ y ‘violento’ para las mujeres es una mirada restrictiva de la violencia y, por tanto, miopía social.

Sí, el sistema patriarcal sobrepone a los hombres sobre las mujeres; sí, ellos poseen más derechos en el sistema patriarcal que nosotras; sí, sus trabajos son más valorados que los nuestros. Y así podríamos seguir enumerando síes. Pero analizar el sistema de privilegios desde los prismas del patriarcado es visualizar sólo una parte, es no entender que su construcción es restrictiva para todas y todos. Los hombres, entonces, también padecen sus masculinidades, ya que se les obliga a estándares tanto como a nosotras.

Al circunscribir a los varones a un deber ser de ‘macho’, se ensalza desde la cuna a que el niño no llora, el niño pega, el niño es fuerte. En definitiva, el niño no es niña. Son estos mismos niños quienes luego coercionan a otros varones que se escapan a la norma (transexuales, homosexuales, bisexuales, intersex, queer, etc.). Los hombres son víctimas de construcciones que los alejan de todo acto relacionado a lo ‘emocional’. Incluso la legalidad los aleja de sus propios hijos e hijas, desconociéndoles un postnatal. Se les cría como amos del espacio, obligándolos (a nuestro pesar) a reafirmarse como ‘verdaderos machos’, abordando mujeres desconocidas en la calle. Son víctimas, tanto como nosotras, de normas patriarcales heteronormativas que violentan a la sociedad en su conjunto. No es más o menos violenta su construcción que la nuestra: es diferente.

Es menester entender la violencia de género como violencia no sólo hacia las mujeres. Cuando se ejerce un poder sobre uno u otra, se está edificando una relación de violencia en su conjunto, que recae en todos los cuerpos.

La invitación es cuestionar saliendo de la lógica patriarcal, con visión crítica hacia los hombres que se están formando, hombres construidos en la violencia dispuestos a violentar. Si son ellos quienes más practican el acoso sexual callejero es porque dentro de su masculinidad hegemónica se les incita a ellos (más que a ellas) a hacerlo. Son ellos, más que ellas, los arrojados a agredir como refuerzo de su esencia masculina. Educar a nuestros varones de tal forma también es violencia.

Combatir el acoso sexual callejero es un beneficio no sólo para nosotras, sino para todos y todas. Dejando de imputar masculinidades violentas, abusivas y apropiadoras. Dejando de crear mujeres débiles en los espacios públicos y, por tanto, democratizándolos.

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