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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

De progres a la derecha: el campo de la inconsistencia

Hoy ya no se puede vivir como si hubiera una sola gran Verdad, una norma revelada a ciertos notables, y que todos debiésemos seguir a pie juntillas sin el menor cuestionamiento. Hoy se discute nomás y nadie en su sano juicio acepta los autoritarismos. Cada uno defiende su derecho a pensar por si mismo, elige las causas por las que pelear y el partido que toma en los grandes debates. Y lo celebro. Justamente por ello es que me pregunto si la educación que recibimos de la generación de nuestros padres y la instrucción que nos ofrece el sistema escolar nos preparan para asumir la titánica tarea de la libertad y el discernimiento.

Por Óscar Marcelo Lazo
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Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo

Mi tesis es que no. Que apenas se nos pintarrajea la superficie con consignas y polaridades, pero generalmente no se promueve el desarrollo de un mecanismo propio e interior con el que elegir, verdaderamente libres, los criterios, los medios y los fines hacia los que apuntar nuestro quehacer social. En la escuela no hay discusión política, quizás porque el espacio de la filosofía y la educación cívica le fue cedido al lenguaje y las matemáticas; aunque dejémonos de leseras, los currículos de filosofía y educación cívica enseñaban cualquier cosa menos lo importante. En la casa, la discusión está atravesada por el eco de la tele y las redes sociales.

Y hoy el escenario de la discusión pública es tan complejo y poblado, que quizás se ven más ridículas que antes las inconsistencias, los discursos dobles y los acomodos. Claro, es difícil, nunca vi tantos temas abiertos simultáneamente (todos ellos con proyectos en algún trámite parlamentario): una nueva constitución, el estado civil de las uniones entre personas del mismo sexo, una reforma a la educación en todos sus niveles, la despenalización del cultivo de marihuana, una reforma tributaria, un desesperanzado conflicto entre nuestro Estado y nuestros pueblos originarios, la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, el escándalo de la plata empresarial que inundaba la política y acentúa la crisis de confianza que ya alcanza a todas las instituciones (no se salva la Teletón, menos la iglesia, queda Benito Baranda y un par de confiables más).

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He aquí que el mapa está más confuso, y quizás es comprensible que cueste mucho ver lo político detrás de los conflictos, lo ético que atraviesa todos estos temas. Pero hay que verlo o terminamos apretándonos los dedos, como decía mi suegro.

Muchos de quienes en la derecha se oponen a legislar sobre la interrupción del embarazo, por ejemplo, argumentan que la vida y la libertad del humano todavía no nacido es tan valiosa como la de sus padres; y acaso tienen razón. Pero nada dicen de los esfuerzos que la sociedad entera debe comprometer para asegurar que esa guagua ya nacida se convierta en un ciudadano pleno en sus derechos a ser cuidado, respetado y promovido en su dignidad hasta que sea viejo.

Tras ese silencio, muchos se oponen al mismo tiempo a asegurarle a todas esas guaguas una educación igualitaria en los mismos recintos cuando sean niños o una salud de la mejor calidad pagada por todos los chilenos en proporción a sus ingresos percibidos (o sea mediante una política progresiva de impuestos). No es aceptable —como decía un lúcido Mariano Puga— que «los que más alegan en contra del aborto, se olviden después de la guagua si es pobre», porque sitúan un horizonte de igualdad y comunidad para todos los seres humanos, que después niegan para no ver sacrificados sus privilegios. Pero ojo, que lo mismo hacen mis camaradas progresistas cuando argumentan a favor del aborto usando como argumento central el supremo derecho a decidir individualmente. Parece que estamos dispuestos a afirmar que el derecho a que los padres decidan un programa educativo o un modo de financiar la educación debe ceder ante la importancia mayor de una educación pública, igualitaria y donde podamos hacer comunidad todos juntos; también decimos que las relaciones laborales no deben decidirse individualmente, porque las premisas de justicia social son más importantes; pero cuando se trata de si un individuo humano en gestación debe vivir o morir, no… ahí prima el derecho individual a decidir sobre el propio cuerpo.

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Y con esto, no estoy diciendo que haya que estar a favor o en contra de algo en particular. Lo que digo es que no da lo mismo la razón por la cual llegaste a esa conclusión, la ideología que dices abrazar, la escala con que enfrentas otros dilemas éticos.

Por ejemplo, se puede estar a favor de la despenalización de la marihuana porque los individuos adultos somos libres de consumir incluso aquello que nos pudiese hacer daño, si contamos con la información apropiada y tomamos esa decisión en libertad. Ese es un argumento típicamente liberal y legítimo para esos pensadores. Pero desde la vereda socialdemócrata también podría estarse de acuerdo en despenalizar la marihuana, puesto que su prohibición no solamente genera mayor criminalidad, sino que quienes padecen esa criminalidad son precisamente los más pobres.

Decir que hay que despenalizar esa droga para poder prevenir adecuadamente su consumo y romper el círculo del narcotráfico es un argumento comunitarista ciertamente opuesto a la lógica liberal, donde si para algo sirve el Estado es para perseguir el delito. Entonces da como risa ver a más de un liberal en la tele sumando el argumento comunitario a su propia batería, pero más pena da ver a un progresista argumentar otra vez ensalzando el supremo derecho de la decisión individual.

No se entiende que el mismo que decide vivir en una “comunidad ecológica” en invierno prenda una chimenea a leña, la peor de las fuentes de contaminación. No puede ser que algunos de los mismos que celebran los esfuerzos de la Fundación Para la Confianza se manifiesten cacerola en mano a favor de la detención por sospecha y otras medidas de la agenda anti-delincuencia. No se puede ser el mayor defensor de la evidencia científica que indica que la marihuana no tiene nada que hacer en la lista de las drogas duras, y después defender la libertad de quienes no quieren vacunar a sus hijos, a pesar de que la ciencia es inequívoca en defender la importancia de la inmunidad de grupo. No puede ser que los mismos que dirigen empresas que cometen prácticas anti-sindicales sean devotos de San Alberto Hurtado, promotor de la sindicalización obrera y fundador de la ASICH. En fin, hay que ponerse un pelín de acuerdo consigo mismo.

Y les digo algo desolador: ninguno de los ejemplos que acabo de citar es inventado.
Habría que tratar de no ser de los mismos, darle más densidad al relato, fundarlo sobre algo en lo que se pueda creer y que no sea el simple vaivén de la contingencia y la cuña. El que tenga oídos, que oiga.

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