El realismo de Bachelet
Hace algunos días, la presidenta sorprendió al mundo político al anunciar el inicio de su ‘segundo tiempo’, en un intento de reducir significativamente las expectativas ciudadanas respecto de la implementación de la ambiciosa agenda política de reformas estructurales. El ‘realismo sin renuncia’ que se busca posicionar como nuevo lema del gobierno, viene a hacerse eco de las numerosas voces que habían alertado sobre las dificultades de poder llevar a la práctica los cambios anunciados.
Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.
Por supuesto que el realismo se impuso primariamente desde lo económico. El menor crecimiento respecto de lo proyectado hacía imposible poder cumplir con lo planeado originalmente, obligando a replantear el alcance y las etapas de su implementación. Pero claramente este factor no es el único que se interponía entre la proyección y el resultado. También la oposición política y la resistencia de los actores involucrados comenzaban a manifestarse como un obstáculo crecientemente complejo.
Sobrarán los análisis de detalle respecto a las razones de todas estas dificultades, apuntando con el dedo a algunos actores y sus intereses creados al respecto. Pero si lo miramos con un poco más de distancia en forma global, veremos que lo que aquí está en juego es nada más ni nada menos que la resistencia al cambio del propio sistema.
Lograr cambios estructurales en una sociedad no es tarea fácil. Cuando no se trata de mero maquillaje y superficialidades, cuando se busca atacar al núcleo organizador de complejos sistemas en la sociedad, todos los actores implicados se verán remecidos y legítimamente cuestionarán los beneficios de dicho cambio. Y es aquí entonces cuando resulta crítica la forma de abordar ese proceso.
Ningún cambio social es posible sin el imperio de la fuerza. Y las únicas formas que la historia ha demostrado que resultan viables para ello son: o bien la vía violenta, sustentada por el poder de las armas y la coacción; o mediante la amplia extensión y masificación del cambio en las conciencias de las personas, estableciendo democráticamente nuevos parámetros sociales respecto de lo que resulta legítimo y lo que no.
Claramente la primera vía ha sido la más utilizada, mediante golpes de Estado o revoluciones, suplantar a quienes dirigen y poder así alterar las reglas del juego. Sin embargo, aunque esta forma facilita el cambio, también produce resentimientos y afecta profundamente el núcleo emocional de las sociedades; dolores que en muchos casos se proyectan mucho más allá de la generación directamente involucrada.
Sin embargo, aunque hubo épocas en que dicha vía podía legitimarse en forma simple (mediante plebiscitos ad-hoc que ayudaran a mantener al menos una apariencia de legalidad), hoy en día no resulta una vía tan viable. La sociedad hoy es mucho más compleja, más informada, más abierta y conectada, más globalizada. Ya no es tan simple ejercer la coacción respaldada por las armas, las opiniones se expresan por múltiples vías, los apoyos y presiones terminan siendo internacionales y la resultante es que la fuerza ya no atemoriza tanto como antes. Difícilmente hoy una sociedad podría legitimar un camino que no se sustente en una vía de expresión democrática.
Pero en un contexto democrático, un gran criterio de realismo es que las sociedades son altamente diversas. Siempre habrá actores relevantes que alentarán los cambios y otros actores que se opondrán a ellos. Si no es posible acallar o convencer a estos últimos, el proceso de cambio se dificultará e incluso podría llegar a impedirse absolutamente. En un contexto de cambio democrático esto implica tener que involucrar a todos en la discusión del mismo, no operar como si fuera posible avanzar sin resistencia por el mero hecho de tener una mayoría circunstancial en el Congreso.
A mi juicio este fue el gran error de Allende, tratar de gobernar en forma unilateral, sólo con sus partidarios, sin incluir a su oposición en el proceso. Le faltó más habilidad política, o como diría algún ideólogo extremo, le faltaron más armas. Y es así que la queja de muchos de que “la derecha no lo dejó gobernar” parece tremendamente ingenua, ¡por supuesto que no lo iban a dejar gobernar! ¿Desde cuándo los que se oponen a los cambios los aceptan sin luchar con todos los medios a su mano?
En esa línea es que el ‘realismo sin renuncia’ de Bachelet aparece como una señal esperanzadora. Pero espero que eso implique no sólo un ajuste a la realidad económica sino, además, retomar una política de diálogo en la que todos puedan expresarse y sean efectivamente partícipes del proceso, no meramente interlocutores a los cuales convencer.
Tal vez uno de los atributos más importantes del liderazgo de Bachelet siempre estuvo en la capacidad de convocar y dialogar. Y aunque en su minuto dicho estilo fue muy criticado, por alejarse de la imagen tradicional del líder caudillista autoritario al que estamos acostumbrados como sociedad, hoy es más necesario que nunca para poder llevar a la práctica un proceso más inclusivo y dialogante.
Creo que en algún minuto la presidenta cometió un grave error, tal vez haciéndose eco de dicha crítica absurda de falta de liderazgo, y decidió encerrarse a gobernar rodeada sólo de un pequeño grupo de incondicionales. Lo suyo no es el personalismo, es la convocatoria. Y sabido es que cuando uno renuncia a actuar según su esencia, el resultado termina siendo casi siempre una exageración, una caricatura.
Promover un cambio estructural en nuestra sociedad hoy es una necesidad apremiante. Más aún considerando que la ciudadanía está más empoderada, es más opinante y los diversos actores relevantes no están dispuestos a aceptar las cosas sin ser escuchados. Por lo que esperemos que la presidenta retome su esencia congregante, empática, vinculada y orientada al diálogo, para convertirse así en la líder que todos requerimos para facilitar el proceso de cambio. Al menos creo que es eso lo que el realismo hoy nos impone.