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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Para dónde va la conducción?

Todos los días, en los últimos meses del gobierno de la Presidenta Bachelet, nos despertamos (y nos dormimos) con noticias que ya no generan sorpresa. Cada descubrimiento de actos de corrupción, la sensación térmica de una economía que parece no ser tan robusta, la percepción de aceptación pública en caída libre, son temas que se acumulan de a uno, causando un grado de sensacionalismo con el que los medios se regodean.

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Guillermo Bilancio es Profesor de Dirección General en la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez. Consultor en Política Empresarial.

Están hablando de síntomas, tal como lo hace la oposición cada vez más opaca y en aparente proceso de extinción si no se trabaja sobre el problema desde una perspectiva sistémica e integradora. Para resolver problemas puntuales, será necesario abordar el problema de índole superior, y ese problema es la conducción política. Los síntomas son un acumulado de temas administrativos, pero el problema es estratégico.

Conducir desde el nivel político implica contar con cuatro capacidades: Darse cuenta, Decidir, Alinear y Evaluar. Este gobierno sufre la falta de esas cuatro capacidades, ó mejor, esas capacidades no califican de manera suficiente.

Darse cuenta es mucho más que entender. Es comprender y tener la capacidad de interpretar desde la experiencia vivida relacionada con el contexto. Es diagnosticar con profundidad, algo que este gobierno no hizo y por lo tanto su propuesta se transformó en una sobrepromesa.

Y lo más grave es identificar ese problema en medo del camino, ya que las promesas exageradas no cumplidas no tienen retorno.

Por ejemplo: No es adecuado prometer educación pública y gratuita para meses después afirmar que la economía no permite tal logro. Justo cuándo ese objetivo es el atributo diferencial de la campaña por la transformación social.

La capacidad de decidir está en duda, tal vez por emociones erróneas al momento de la decisión. La lentitud y las idas y venidas con los cambios de gabinete demuestran improvisación, algo que sólo pueden darse el lujo de hacerlo los genios talentosos con sensibilidad superior. Este parece no ser el caso.

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La capacidad de alinear, algo determinante en un gobierno de coalición, también está afectada. Los “socios” de la Nueva Mayoría comienzan a desinvertir en el proyecto. Y los principios que sostenían la fusión de fuerzas sólo parece haber servido a fines electoralistas. Esos principios hoy no parecen ser compartidos y sin cohesión, no hay posibilidad de acción efectiva.

La capacidad de evaluar está mermando por un proceso de aprendizaje lento, sin respuesta. A esto podemos sumar un importante grado de solipsismo, que se manifiesta en una visión cerrada de la realidad.

Nadie discute las buenas intenciones de la Presidenta, pero en la política la intuición y el sentido común son determinantes y éstas parecen brillar por su ausencia.

La crisis es una crisis de conducción, como todas las crisis. Difícil de revertir, pero será determinante hacerlo y para eso llegó el momento de escuchar, pensar y después hacer.

No es el momento de enumerar situaciones ya conocidas y previsibles. El problema de conducción es un espacio de oportunidad para quienes busquen posicionarse en un nuevo marco político pero desde un modelo sistémico, equilibrado, y dónde el emisor sea coherente con el mensaje.

Hay espacio, pero requiere de políticos y no de administradores tácticos que identifican y denuncias síntomas. Basta de superficialidad. Es la hora de la profundidad ideológica y de la claridad.

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