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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El alto vuelo del bien común

En los últimos años he tenido el placer de viajar mucho más de lo que quisiera. Suena incongruente, pero no lo es. Y en cada viaje, he ido observando comportamientos que me sorprenden al extrapolarlos a la vida fuera de un avión. Desde la eficiencia hídrica y energética de los baños, hasta el tremendo desperdicio que suele conllevar la alimentación en los lugares “de paso”. Cuando se tiene que dar un servicio a muchas personas que pasan poco tiempo ahí, mi conclusión es que el sistema rápidamente se adapta para usar la menor cantidad de agua y energía posible, pero suele no escatimar (aún) en los residuos que se generan en envases y embalajes.

Por Gonzalo Muñoz
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Gonzalo Muñoz es Co-Fundador y CEO de TriCiclos internacional; Co-Fundador de Sistema B; Miembro del directorio de BLab. Ha sido reconocido con distinciones como Avonni Medio Ambiente 2011, Ashoka Fellow 2011, Personaje Medioambiental Chile Fundación Schwab 2012, Emprendedor Social Chile 2013 , Endeavor 2014, Emprendedor Social Global 2015 del World Economic Forum, Liderazgo Responsable Global Fundación BMW 2016.

A su vez me impresiona observar el pleno alineamiento que suele existir con el bien común cada vez que algún pasajero o pasajera se excede y comienza a poner en riesgo la integridad del grupo. Esta pequeña sociedad sostenida en el aire sabe rápidamente identificar el riesgo y hace esfuerzos coordinados por disminuirlo de inmediato. Todos validan y valoran la autoridad de la tripulación y son capaces de poner en su lugar a quien esté atentando contra ese equilibrio, sea por arrogancia, tontera o efecto de alguna sustancia que haya ingerido.

El grupo suele comprender sin chistar cuando los planes de vuelo deben alterarse por condiciones externas (normalmente clima) o internas (alguna persona con un problema grave de salud). Rara vez me ha tocado que el grupo en su conjunto cuestione esta decisión, entendiéndose que es lo que hay que hacer, y se aplaude que se cuide esa vida, asumiendo que todos queremos que el avión aterrice si alguna vez tenemos la mala suerte de enfermarnos a bordo.

Coincidimos en valorar que las personas a cargo sepan medir los riesgos para garantizar que sigamos vivos, y por lo tanto estamos dispuestos a sacrificar nuestro bienestar de corto plazo (llegar a destino según el plan), por el bienestar personal y grupal de largo plazo (llegar a destino vivos).

Esos comportamientos e hitos (exceptuando el de los residuos) deberíamos intentar extrapolarlos a la vida fuera de los aviones. Y es así como me intriga entender qué ocurre a una persona que durante el vuelo se comporta de manera extraordinariamente cívica, pero que cambia en cuanto recupera su individualidad y la posibilidad de mejorar su situación a costa de los demás. Lo veo en cada viaje.

Resulta reconfortante ver como al abandonar sus asientos, las personas suelen dejarse pasar en turnos (estilo zipper), incluso cuando algunos de ellos tienen vuelos de conexión o necesitan urgentemente usar un baño en el aeropuerto. Pero una vez que las personas vuelven a pisar tierra, tienden a cambiar su comportamiento, y pocos momentos son mejores para describirlo que el de la cinta transportadora del equipaje.

Cuando esperan las maletas, la gran mayoría de las personas intentan pararse a pocos centímetros de la cinta; en primera fila, generando mayor aglomeración en la zona donde aparecen los bultos, a pesar de tener clarísimo que la salida de las maletas es bastante aleatoria. Me imagino que todos consideran que su maleta es la más importante (reflejo de la importancia que se dan a sí mismos) y no se dan cuenta que al tapar a los demás pueden estar relegándolos a tener que correr detrás de la suya, o a esperar que dé la vuelta completa (común en personas mayores o con dificultades motrices), o a que alguien les dé un empujón pudiendo generarse una pelea o un accidente.

Así como en la vida, hay problemas que se generan cuando unos pocos consideran que tienen derechos adquiridos sobre otros, sin tomar en consideración que esa simple actitud suele ocasionar cuestionamientos, resentimientos e incluso violencia.

La vida en esta nave llamada Tierra necesita mucho de respeto por el bien común. Necesitamos organizarnos para que nadie bloquee el acceso aleatorio que provee la vida misma, sin que ello signifique dejar de operar conforme a méritos y autoridades (tema para profundizar con otra columna). Y es que justamente el mérito y la autoridad deberían ser consecuencia de comportamientos que perpetúen y fortalezcan el bien común por sobre el egoísmo.

Cada vez que me paro a esperar mi maleta me acuerdo de mi hija mayor, quien desde muy pequeña viene teorizando como todos los males de la humanidad tienen base en el egoísmo, como el peor de sus defectos y causante de gran parte de los problemas planetarios.

Sugiero pararnos un metro más atrás, promoviendo la empatía y el altruismo. Todos seremos más felices.
Ah! Y no dejemos de cuestionar esos absurdos desechos que generamos día a día, vuelo a vuelo.

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