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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El mundo está con caña moral

Escribo en los días posteriores a la cadena nacional de los camioneros desde La Moneda, y de las decisiones que llevaron a ella. De la destitución de Huenchumilla. Del banderazo mapuche. De la marcha de 80.000 estudiantes que a nadie le importó. De la noticia de Bitar en el Consejo Consultivo de MINEDUC. Hasta de los migrantes traficados y muertos en un camión frigorífico en Austria, niños incluidos. Días en que un niño muerto en Molina y otro muerto en una playa lejana, por desastres que distan mucho de ser naturales, nos aprietan la conciencia casi tanto como el corazón. Muchas cosas, en apariencia inconexas, ciertamente arbitrarias, que han acabado dejándome a mí, y a muchos, con lo que sólo puedo definir como caña moral.

Por Rocío Faúndez
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Rocío Faúndez es Trabajadora social y licenciada en ciencia política UC. Magister en estudios sociales y políticos latinoamericanos UAH, y Master en ciencias políticas y sociales UPF (Barcelona). Mamá de JM y Antonio. Investigadora del Área de Estudios del Programa de Acceso Inclusivo, Equidad y Permanencia (PAIEP) de la USACH. Ex directiva nacional RD, actualmente consejera política.

Son buenos tiempos, estos, para volcarse a las vidas privadas. Lo público está feo, no feo “no me gusta,” sino feo que da miedo. Feo porque pareciera que no hemos aprendido nada. Y eso que mi generación pucha que ha tenido que ser mezquina para soñar proyectos colectivos oye.

Nos convencieron de que la gradualidad era la fórmula, y la gradualidad a la chilena se parece sospechosamente a quedarse inmóvil sintiendo la brisa sobre la cara. Tuvieron que venir el 2011 los estudiantes, estudiantes a los que les hago clases, estudiantes con 20 años menos que yo y con menos miedo, para atrevernos a tener una esperanza un poco menos endeble. Imagínense que nuestra revolución no se ha llamado revolución, se ha llamado “reformas”. Y pucha que las hemos empujado.

Lo público está feo. Es cierto, se destaparon formas de hacer las cosas que estaban hipernormalizadas, formas de relación incestuosas, enfermas, entre dinero y política. Cosas que todos sabíamos, secretos a voces. Esas cosas que en una familia se saben pero no se nombran, porque los adultos de la casa no tienen la capacidad ni la voluntad de hacer algo respecto de ellas. Entonces se callan. Esas cosas se destaparon, salieron a la luz, y ciertamente eso es algo promisorio, es algo que nos hará muy bien en el mediano plazo. Pero entre tanto, nos quedamos en una casa deshabitada donde todo se tambalea.

La “crisis de confianza” es un eufemismo para hablar de un cinismo creciente que nos atraviesa a todos, que vuelve todo sospechoso. Sorprendentemente, volvimos a la era de la naturalización, por la vía de la desesperanza. Cualquier paso en la dirección correcta se vuelve un mal paso, y los que tienen poder se pusieron a jugar al “1,2,3 momia es” para evitar ser juzgados.

“Partido del orden” es otro eufemismo para hablar de los padres de familia, los mismos de siempre, que ven al conejo paralizado frente a las luces del auto y leen muy bien su oportunidad de regresar en gloria y majestad para proponer un nuevo (sic) Acuerdo Nacional.

Son buenos tiempos para privatizarse. Para cantar junto con Fito Páez “me gusta estar al lado del camino”. El panorama es frustrante y la ausencia de liderazgos viables da miedo. Pero esa tentación es horrible, es la garantía de la derrota. Seguirle el juego a la “desconfianza” es pavimentar el camino por el que nos van a venir a joder, una vez más. Por eso mi opción es la militancia. Sí, militancia política, de esa que suena sesentera y que siempre me fue ajena. No están los tiempos para ser espectadores, no podemos darnos más ese lujo. Me niego a aceptar que las opciones son declararme una inocente, o sea, quedarme juzgando desde mi colina moral con la tranquilidad de las manos limpias; o entrar al ruedo y ser “abyecto y desalmado”.

Yo tengo posición política. Yo pertenezco a una identidad colectiva que quiero construir. Yo quiero proponer, con otros, caminos para este país, con toda la dificultad técnica y política que tiene y que nos ha pasado la cuenta en estos meses. Yo quiero construir con otras agrupaciones las mayorías que se requerirán para llegar de donde estamos ahora al “Chile posible”. Y respeto, y valoro, y me siento (hasta cierto punto, claro) compañera de ruta de otros que están, como nosotros, en la ruta hoy más pedregosa que nunca de “crear un partido político”.

También respeto la militancia social, la dirigencia en organizaciones, la movilización, por cierto. Pero créanme: ya no nos bastó, ya no basta. Corrimos la barrera de lo posible, es cierto, pero lo posible sigue siendo tan sólo eso, y hay un camión gigante devolviendo la valla a su sitio (que es más atrás que donde estaba antes), auspiciado por los que piensan que fue una insolencia moverla sin permiso. Se necesitan medios más potentes, se necesita actoría política. Se necesita militancia.

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