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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El documental de Allende le hace bien a Chile

Sábado en la noche en una sala del cine del Parque Arauco. Termina “Allende mi abuelo Allende”, el documental de Marcia Tambutti, nieta del ex Presidente. La gente aplaude. Después, silencio absoluto. Nadie se levanta del asiento. Cada uno se refriega los ojos de la manera más disimulada posible. Todos hemos llorado, todos nos hemos emocionado, todos hemos proyectado nuestras propias historias familiares en la familia de la documentalista.

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Podría hacer la siguiente apuesta. Si uno lleva a un pinochetista a ver este trabajo audiovisual y lo obliga a permanecer sentado hasta el final, le aseguro que va a terminar afectado y en sintonía. Por una sencilla razón que, justamente, es el principal acierto de este documental: “Allende mi abuelo Allende” no es sobre el Presidente Allende, ni sobre la UP, ni es tampoco un esfuerzo fílmico sobre la utopía socialista. Es otra cosa.

Es la historia de una familia golpeada, traumada por los acontecimientos de la vida, que ha decidido bloquearse emocionalmente para poder sobrevivir. Un grupo de personas consanguíneas que no habla de ciertas cosas, que no quiere recordar, que se niega a mirar los álbumes de fotos.

Como si no hubiera sido suficiente la violenta muerte del pater familias, el bombardeo de la casa familiar y el posterior exilio de todos, además tuvieron que soportar el suicidio de la Tati, hija de Salvador, en 1977, cuando apenas tenía 34 años y era madre de una niñita de seis años (Maya) y de una guagua (Alejandro); el de Laura, hermana de Salvador, en 1981; y más recientemente el de Gonzalo Meza, nieto de Salvador, en 2010.

Es imposible ver “Allende mi abuelo Allende” y no pensar en los dolores que cada uno lleva adentro, en esos temas tabú que hay en cada familia, en esas preguntas que no se hacen porque nadie está dispuesto a responderlas. Es difícil ver a la Tencha, la mujer de Allende, de noventa y tantos años en el documental (murió en 2009) y no pensar en esa abuela de pelo blanco y manos venosas y esa voz que apenas sale, esa abuela casi centenaria que tenemos los que ya hemos pasado los cuarenta años.

En un país tan dividido por las circunstancias ocurridas en 1973, en la nación que sigue siendo del Sí y del No, hace bien un documental de esta calidad emotiva. Porque acerca. Porque permite imaginarse en el lugar de otro.

La próxima vez que vea a la senadora Isabel Allende o a la diputada Maya Fernández Allende en televisión o en el diario, las voy a mirar distinto. Con el mismo respeto de siempre, pero ahora con una extraña sensación de cariño, pues a través de la película pude ponerme en sus zapatos, sentir sus años de sufrimiento, su desgarro por la pérdida de tantos seres queridos, su dolor por la tener que irse de Chile durante décadas.

En estos tiempos en los cuales nos llora un poco de empatía, “Allende mi abuelo Allende” es un extraordinario ejercicio de sanación: para Marcia, su directora y protagonista; para la familia de Marcia, y para cada uno de los espectadores que ha ido y seguirá yendo a ver este gran documental.

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