¿Está Chile libre de enfrentar crisis migratorias como la de Europa?
Con incredulidad, horror y algo de solidaridad -aún muy poca- hemos reaccionado a las informaciones que nos llegan desde Europa y la llamada “Crisis Migratoria”, donde cientos de personas mueren en el intento de llegar a otro país para tener una vida mejor o sencillamente para sobrevivir.
Fernanda Alvarado es Directora en la Región Metropolitana de la Fundación Superación de la Pobreza. Trabajadora Social, Magíster en Desarrollo Humano Local y Regional. Fue directora de Un Techo para Chile en Valdivia y Los Lagos, y también fue jefa de barrio del Programa de Recuperación de Barrios en Valdivia. Fue profesional SERVICIO PAÍS en la comuna de San Gregorio, Región de Magallanes los años 2007 y 2008.
Grandes grupos de africanos y asiáticos se desesperan por cruzar el mar, para luego de una insegura travesía, morir, ser deportados, o en el mejor de los casos, terminar viviendo en condiciones indignas en campos de refugiados, fronteras o cualquier parte de algun país que los acoja o en el que puedan esconderse bajo la ilegalidad.
La situación extrema y los golpes de efecto social como las más de cinco mil personas tratando de cruzar a pie el Eurotúnel o la devastadora foto del bebé sirio ahogado en una playa de Turquía, hicieron que las duras sanciones previstas en contra de “los ilegales” por las naciones europeas, como expulsiones, mayores fiscalizaciones en las zonas fronterizas, o la construcción de muros y mallas antitrepadoras, fueran cuestionadas temporalmente, o por lo menos, se abriera el gran muro de la “voluntad política”, y Europa esté enfrascada esta semana, vergonzosamente, en repartirse “la carga”.
Esta dramática crisis que presencia la humanidad, no es nueva, y responde a la inequidad mundial que se ensaña con continentes enteros como el africano, o vastas zonas de Asia, donde las condiciones políticas, económicas, religiosas, culturales, de salud, y tantos otros aspectos claves para el bienestar humano, no son propicias para vivir con dignidad y paz.
En Chile, ya no presenciamos un fenómeno migratorio, sino que los expertos hablan del “hecho migratorio”, como una realidad ya instalada y que aún no llega a los extremos que vemos en Europa. Ello quizá gracias a la sabiduría ancestral de los pueblos andinos que habitan nuestras fronteras políticas en el norte, y que no las ven como tales, sino que se han entremezclado y han hecho florecer el intercambio en diversos niveles, lo que no significa lamentablemente, la ausencia de polémicas, deportaciones e injusticias en los pasos fronterizos. Pero no estamos hablando aún, por fortuna, de tráfico de personas o campos de refugiados.
Día a día son más los haitianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos, colombianos o argentinos que llegan a nuestro país, con los mismos deseos y anhelos que los inmigrantes que navegan hacia Europa: la busqueda de mejorar sus vidas y la de sus familias, el sueño de nuevas oportunidades, de tener un trabajo digno y salir de la pobreza, de ser parte en una comunidad y que sus hijos reciban educación y salud. Nada que no necesite cualquier ser humano.
Sin embargo, en todos los países se está dando la constante perversa de dejar de resguardar los derechos humanos para privilegiar la seguridad de las fronteras políticas, y se están viendo los inmigrantes como un fenómeno peligroso. La Comisión Europea propuso un sistema de cuotas para acoger inmigrantes de acuerdo a la poblacion y el PIB de cada país, pero la fórmula no ha llegado a aplicarse de buena forma y la agencia de control de fronteras tiene empresas privadas vigilando las costas del Mediterráneo.
¿Cómo se hará cargo la humanidad de este fenómeno?, ¿cómo se hace cargo Chile? ¿Está algún país libre de sufrir crisis migratorias de su población?
Estas son preguntas que nos interpelan como sociedad global, por cierto, pero también a nivel nacional, comunitario y personal. Nos conmovemos enormemente con las imágenes de los refugiados sirios, con las imágenes de los niños alemanes dándoles la bienvenida a sus pares en las estaciones de trenes, pero detestamos al vecino sudamericano con el que compartimos la calle, el contenedor de basura, con el que nos topamos en el almacén, en la entrada de la escuela y nos molestan sus costumbres diferentes a la nuestra, pensamos que nos quiere quitar el puesto de trabajo, que viene a instalar el narcotráfico o que no tiene por qué quitarle el número en la fila del consultorio a un chileno.
El problema es a toda escala y está en el interior de la conciencia humana. La revisión de las políticas y tratados internacionales respecto de los migrantes vuelve la cara hacia el eje de la restricción y la seguridad nacional, no hacia el factor humano. Cientos o miles de personas que quieren entrar a diario por una frontera son una cuestión delicada para la estabilidad y sostenibilidad de las políticas de los países, nadie lo niega, pero no podemos permitir que nuevamente el mundo y sus inequidades, instale el eufemismo “refugiados” para crear una nueva categoría inferior de seres humanos, como en otros tiempos fueron otros tantos grupos.