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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Hay que volver a pensar Chile en el largo plazo

Desde ese fatídico cambio constitucional realizado en agosto de 2005, la maldición del gobierno de cuatro años sin reelección se ha convertido en espacio perfecto para estimular la entrega de bonos populistas y todo tipo de estrategias de corto plazo, pues nuestra idiosincrasia y, por ende, nuestros políticos, no están hechos para correr postas.

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Un ejemplo siempre es una buena manera de exponer un punto. En 1995, Marta Larraechea, Primera Dama durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, creó y asumió la presidencia de la Fundación Tiempos Nuevos, orientada al desarrollo, investigación y difusión de manifestaciones artísticas y culturales.

Convocó a científicos y especialistas para estudiar la factibilidad de crear un museo interactivo cuyo público mayoritario fuesen los niños. Pese al escepticismo inicial y al alto costo de la inversión, el Museo Interactivo Mirador (MIM) fue inaugurado en marzo de 2000, cuando Frei todavía era la máxima autoridad del país.

A diferencia del GAM, no se trataba de un hito cultural en plena Alameda, es decir con esa gran visibilidad. Por el contrario, era un proyecto que se la jugaba por darle inversión y presencia a una comuna pobre, como es La Granja.

¿Existiría el MIM si el gobierno de Frei hubiese durado sólo cuatro años y sin posibilidad de reelección, como ocurre desde ese fatídico cambio constitucional realizado en agosto de 2005? Al menos, queda la duda.

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Que Frei y Martita hayan tenido seis años para soñar, aglutinar, desarrollar, concretar, inaugurar y dejar como legado ese fantástico museo, posiblemente explica su existencia.

Veamos otro ejemplo. Si bien la autopista Costanera Norte se empezó a pensar varios años antes de la “administración” de Ricardo Lagos, el hecho es que este potente ejemplo de concesión eficiente se ejecutó entre noviembre de 2001 y abril de 2005, es decir, durante su gobierno.

Un ambicioso proyecto de ingeniería que cruza once comunas de la Región Metropolitana y que el año pasado fue pagado por dos millones doscientos mil vehículos, ¿se habría hecho en un gobierno de cuatro años sin reelección? No es claro.

Dejemos los ejemplos de obras realizadas en administraciones de seis años, como las de Frei y Lagos, y veamos lo que opinan algunos protagonistas del Chile de hoy.

En el plano cultural, el tema de la duración de los gobiernos es crítico. Un muy buen reportaje de La Tercera cuyo título era “Santiago en 2080: ¿Potencia cultural?”, le daba espacio a varios especialistas para referirse al tema. “Elaborar una política global en esta materia se dificulta con gobiernos de cuatro años, sobre todo cuando las decisiones pasan por diferentes ministerios. Requerimos una institucionalidad que coordine y lidere un plan a mediano y largo plazo”, decía allí Jacqueline Plass, la directora del Centro de las Artes 660.

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En otro artículo, respecto de los grandes núcleos urbanos que surgirán hacia el año 2080 en Chile, Pilar Urrejola, presidenta del Colegio de Arquitectos; Genaro Cuadros, urbanista de la U. Diego Portales; y Alberto Teixido, arquitecto de la U. de Chile, concordaban en la importancia de descentralizar las decisiones urbanas y la necesidad de romper con la urgencia electoralista que se genera con períodos presidenciales de cuatro años.

“Tenemos que ser capaces de armar un plan, un acuerdo, que sea a 50 años y no a dos o a tres. Y para eso es urgente que tengamos los alcaldes mayores”, explicaba Pilar Urrejola.

Ahí hay dos temas gigantes para Chile, dos desafíos del porte de una catedral que pueden mejorar muchos de los problemas que nos afectan.

Uno es el de la autoridad municipal a nivel de ciudad, el Alcalde Mayor, algo de lo que carecemos y que por eso nos afecta profundamente, especialmente a la Región Metropolitana. Claro que a ese tema ya me he referido antes.

El otro es el punto central de esta columna. Es decir, la maldición del gobierno de cuatro años sin reelección, espacio perfecto para estimular la entrega de bonos populistas y todo tipo de estrategias de corto plazo, pues nuestra idiosincrasia y, por ende, nuestros políticos, no están hechos para correr postas.

En este país a nadie le gusta entregarle el “testigo” a otro. Lo que se busca, por el contrario, es ser recordado por lo que se hizo durante el período presidencial.

Por eso, mejor aún que como se hacía antes – “soy una convencida de que seis años con un mal gobierno puede ser una pesadilla”, dijo la presidenta Bachelet en una entrevista el año pasado”- la idea de un gobierno de cuatro años con posibilidad de ser reelecto una única vez y por un período similar, aparece como una zanahoria tremendamente atractiva e inteligente: no sólo motiva a gobernar bien para ser reelecto, además permite pensar en proyectos de largo plazo, en sueños grandes, en apuestas que mejoren nuestras ciudades, nuestro entorno y nuestra vida.

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