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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Una Iglesia de sordos, no de zurdos

Hablemos con claridad: no son “zurdos” quienes tienen a la Iglesia chilena en problemas. Son más bien algunos sordos quienes se resisten a escuchar una verdad gigante e incómoda: hay un hondo abismo entre la iglesia institucional y parte importante de la comunidad de católicos del país.

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Matías Carrasco es Periodista, autor del blog "Si las tortugas hablaran".

No es que quiera agitar las aguas más de lo que están, es simplemente constatar un hecho que, aunque doloroso, debe ser atendido para impedir que la grieta siga creciendo en tamaño y profundidad.

Recientemente el Obispo Alejandro Goic ha reconocido con lucidez que “cada vez que la Iglesia abandona el camino de Jesús para preocuparse por asegurarse cuotas de poder y de prestigio, la oscuridad ha impedido que florezca el Evangelio”. Y por ahí va la cosa y la salida.

Por distintas razones un buen número de laicos, sacerdotes y autoridades eclesiales han preferido hacer oídos sordos a un clamor que cada vez se escucha más fuerte y más alto desde algunos rincones: se quiere volver a una Iglesia sencilla, cercana, sin adornos, reverencias y aspavientos. Menos oro y más madera. Una Iglesia salpicada con las heridas del ser humano, metida hasta el fondo con los dolores de los hombres y mujeres de hoy, donde todos tengan cabida, ¡sin excepción!

Es hora de bajar la guardia, soltar los escudos y animarse a mirar sin prejuicios lo que hay allá afuera. De todo hay, pero en general no son relativistas ni activistas de un cisma, quienes quieren cambios en la Iglesia. Mucho menos personas que buscan hacerle daño. Son simplemente miradas honestas y legítimas que buscan un espacio y que merecen ser escuchadas y respetadas.

No es bueno que cada voz disidente sea percibida como una amenaza. No es justo que quienes reclamen sean tratados de zurdos o puestos en capilla simplemente por pensar distinto. La libertad es un don demasiado preciado como para dejarlo escondido y olvidado debajo de la cama. Somos adultos y no niños.

No basta una jineta o un cargo para investirse de autoridad. Los tiempos cambiaron y las ovejas también. Más que órdenes y verdades blindadas necesitan de sentido, ejemplo e inspiración para levantarse del pasto y emprender camino a la siga de su pastor. Ahí está el desafío.

Ya no se puede esconder debajo de la alfombra. El abismo existe y ya no es necesario que nadie venga a ponerlo en evidencia. Se ve y se siente a kilómetros de distancia. Nos guste o no, las iglesias se están vaciando. Seguramente las razones son variadas y complejas y las responsabilidades compartidas. Pero una cosa es cierta: o seguimos haciéndonos los sordos, o devolvemos la mirada y nos hacemos cargo.

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