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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El “Cartel del Confort”: no culpemos a la “libertad económica”

A veces el término “libre mercado” es mal entendido, incluso por quienes dicen apoyarlo. En su concepción más básica, suele comprenderse como un sistema económico donde el precio de los bienes y servicios está únicamente determinado por las leyes de la oferta y la demanda, es decir, a mayor oferta de algo, más bajo es su precio, y viceversa. Según la visión más simple (insisto), en este mercado existiría una “mano invisible”, la cual daría a este sistema su valor más importante: la capacidad auto-reguladora.

Por Lily Pérez
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Pero como en todo constructo social, económico o político, existe un aspecto que no se puede separar del modelo que intenta explicar cómo algo funciona; el factor humano. Nuestro sistema económico, al estar compuesto por seres humanos, es necesariamente imperfecto. Ya que son personas las que lo componen, éste por lógica, está sometido constantemente a errores y por supuesto también a perfecciones.

Si acotamos nuestro análisis y entendemos que al referirnos a sistemas económicos o de intercambio, estamos hablando a su vez de riqueza material, el “factor humano” se hace aún más presente. De la mano de beneficios como el emprendimiento, la generación de trabajo, la movilidad social y el desarrollo personal, el modelo liberal económico trae de la mano perjuicios sumamente claros y propios de la naturaleza humana; la codicia, la extrema ambición, la avaricia, la malversación y usura, entre otros.

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Teniendo claro que el comportamiento humano es inalienable de cualquier sistema donde sean las personas su principal actor, es necesario entender que por necesidad y con el fin de evitar que, por ejemplo, los actores se coludan en beneficio propio y en perjuicio del resto, deben existir dos ingredientes claves para asegurar que dichos sistemas funcionen con relativa armonía, justicia y libertad; estos son la ética y las regulaciones básicas.

La ética, por su parte debe ser impulsada por todos los organismos públicos y regidores con el fin de definir de manera clara y consensuada qué es lo bueno y qué es lo malo dentro de una actividad. Es necesario que como sociedad en conjunto, estemos en la misma página sobre qué acciones humanas son deseables y cuáles no, siempre en cuanto al bien común significa. La historia, ya sea nacional como mundial nos ha enseñado que cuando se hace una separación de la ética y la política, por ejemplo, los resultados son funestos. La economía, al ser una actividad social al igual que la política, no está ajena de este tipo de resultados.

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Por su parte, las regulaciones básicas (insisto en el término básico) son igualmente fundamentales. Quienes creemos en la libertad, sabemos que su peor enemigo es el libertinaje. Dejar que todo esté sometido a “leyes naturales” va en contra de todos los que pensamos que las sociedades tienen un fin. Las regulaciones deben mantener una arquitectura básica, un “rayado de cancha” como es popularmente conocido, para que las empresas y los actores principales se desarrollen con reglas claras, conocidas y justas.

La libertad no se asegura eliminando trabas, sino que estableciendo normas que permitan su desarrollo y equidad. La libertad debe ser cultivada, por lo que nutrirla de una estructura fuerte, donde la participación de todos esté asegurada, es fundamental.

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Los hechos de colusión recién conocidos vienen a agrandar una lista de sucesos negativos que no hacen más que dañar la confianza entre los chilenos. El popular “Cartel del Confort” no es el primero que lamentablemente hemos visto y no será el último a menos que cambiemos la realidad de nuestro modelo económico. Este cambio, no pasa por una revolución masiva ni menos por llenar el Congreso con proyectos de ley, sino que por comprender de una vez por todas que la libertad es deseable siempre y cuando esté asegurada y garantizada para todos, en un marco basado en la ética social y la justicia.

Quienes realmente creemos en la libertad ya sea social, económica, religiosa o de pensamiento, sabemos que la ausencia total de normas sólo da pie a que los mismos grandes de siempre sigan haciendo y deshaciendo el sistema a su antojo. Regular, sancionar, fiscalizar y educar es necesario para una sociedad que ya está agobiada con abusos y falta absoluta de sanciones para quienes los cometen.

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