El confort del emperador sin ropas
La debacle moral de la elite empresarial es un mal chiste. Es de un patetismo de mala ópera. Es de hara kiri y tontera. En todo el resto del mundo las debacles suenan algo más épicas o glamorosas. Desde Berlusconi a Donald Trump, los "cagazos" al interior del penthouse de la productividad tiene una dosis de elegancia, aunque sea salpicado de puterío o balazos. Puede sonar a chiste repetido de Coco Legrand, con eso de que solamente en Chile pasan ciertas cosas. Pero nuestra singularidad es que justo aquí, el espectáculo del ricachón en tela de jucio, o la caída en pique de la credibilidad en la clase empresarial, no es de oro ni de luces fluorescentes. Es de papel confort.
Así de minúsculo, así de miserable. En medio de nuestras tristezas de volcanes y políticos, donde todo “puede ser peor”, se evidencia que esa opción está metida hasta en el culo de los chilenos. Así de visceral y rectal. Aunque el cuento sea tan viejo como el emperador que se muestra ante la audiencia con el trasero al aire y mucho más, la elite en Chile lo viene exhibiendo hace rato, en toditas sus expresiones. Desde los diablos a los ángeles de siempre. Desde presidentes socialistas a curitas de mi pueblo. De generales a pajes y pastores de lluvias de oro, todos demuestran que la pudrición les llegó al cuello. Faltan los bomberos quizás para completar el cuadro.
Pero ya la triste desnudez de lo que se creía bueno, martirizable y bello, está dándonos vueltas como un fantasma, con su fetidez que urge depurar de alguna forma. O lavarnos los ojos definitivamente o vivir como imbéciles pareciera ser el lema que nos convoca para que busquemos una forma de, al menos, constatar por decreto que se puede aspirar a mejores días. Días en que nuestros niños no crezcan creyendo que el emperador está bien vestido, tiempos en que lo rancio vaya cayendo por su propio peso y parentela. Todo esto debiera desembocar en cambios políticos que refresquen -como aquel botón de “refresh” de un computador- nuestro andamiaje estructural, partiendo por cambios que debieran quedar escritos.
La cercanía de las disputas electorales sin duda reflejará esta caída que repercute en lo político, de forma espontánea. Lo que debería tener como consecuencia que en esta tierra, se remueva – por lo básico – una nueva manera de dictar lo que es ley o no. Es decir, una nueva Constitución. Más en un tiempo donde los guardianes de lo sagrado como parecían ser nuestros obispos, presidentes e históricos y generosos empresarios, ya no tienen excusas ni entregan garantías. Ellos ya no pueden sostener sus años de puerta cerrada, que hacen que el general quizás se ría en medio de sus cenizas ante lo perdurable de su obra gruesa o constitución ochentera, y los coletazos que trajeron los negocios de su yerno más aventajado.
Cuando el mundo se ve desde las ópticas de las redes sociales o el medio online que definitivamente pone en un altar cualquier registro, incluido un simple mail, se sabe eque todo puede quedar expuesto a los ojos de todos. La casa de vidrio de principios de siglo es tan solo una tibia metáfora de lo expuestas que están quedando todos. Y quienes creían ser capaces de poner candado a sus “vicios privados” ya se volvieron vulnerables en sus más íntimas puertas.
Algo de puerta abierta también se ve, cuando el estado de “no creer en nadie” era un temor que estaba lejano, pero que hoy esta acá. O sea, ya está como una orilla sobrepasada , donde solo queda barrer para sacar lo inundado, lo que no sirve. Como todo aquel ropaje inutil que ha caído del emperador, mostrando ya que que era un ser tan hediondo y poco virtuoso como el más indeseable criminal, punga, e indio incluso, o todo aquel que siempre fue visto como inferior.