El déficit de gestión gubernamental y la fatiga tecnoburocrática
La compleja tramitación del Presupuesto de la nación 2016 no ha hecho sino poner de manifiesto un problema que se viene arrastrando desde el inicio de la actual administración: el déficit de eficacia gubernamental. Un gobierno con eficacia sería aquel que dispone de capacidad para producir, a través de sus acciones, cambios significativos y permanentes que beneficien al conjunto de la sociedad, generando sentimientos de bienestar y tranquilidad. A juzgar por los resultados ─medidos a lo menos por la opinión pública encuestada y por los actores clave del proceso político─, el balance de gestión gubernamental resulta hasta ahora deficitario.
Marco Moreno es Decano Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública Universidad Central
No cabe duda que gobernar se ha tornado, cada vez más, una tarea compleja y conflictiva. Lo anterior es tributario no solo del tipo de problemas ─de nuevo cuño─ sino también de la creciente dificultad para procesarlos y ofrecer respuestas en clave de políticas públicas efectivas y eficaces.
Los problemas sociales han ido creciendo a pasos acelerados. En contraste, la capacidad política, técnica e institucional parece estar cada vez más distante de este desafío.
Recorre al gobierno un síndrome de fatiga política de los actuales equipos gubernamentales de la Nueva Mayoría. Desde hace algún tiempo observamos ciertos fantasmas ─que no están en el lado de la oposición─ que han obstaculizado la acción política del gobierno. Uno de estos se relaciona con el agotamiento de la actual tecnoburocracia, aquel estamento de los gobiernos concertacionistas –que se forman en la gestión gubernamental en los 90– que empujó e implementó las trasformaciones y que se caracterizó por su mística y compromiso por el proyecto de cambios de los gobiernos del periodo 1990-2010.
Tras el ‘invierno’ que significó para este estamento la administración Piñera ─donde se vio obligado a abandonar el Estado, reinventándose en otros ámbitos─ y tras la reconquista de La Moneda en 2013, se comienza a observar una declinación de su desempeño. Ya no hay épica, solo parece haber un sentido práctico y cortoplacista signado por la incertidumbre de próximo ciclo electoral. Esta nueva/vieja tecnoburocracia ─que ocupa buena parte de los cargos directivos de las segundas y terceras líneas de la administración bacheletista─ parece haber apostado por no dejar su ‘zona de confort’, lo que se ha expresado en falta de convicción, compromiso y, sobre todo, letargo e improvisación de la acción gubernamental.
A las restricciones presupuestarias e institucionales de una sociedad más demandante y repolitizada ─y que estuvo en la base del ‘realismo sin renuncia’─, hay que agregar el actual estilo anestesiado y mediocre de hacer política que genera una bajísima credibilidad. Esta manera de hacer política no puede generar resultados y la gente espera que le solucionen sus problemas, para eso elige finalmente a sus gobernantes.
Se suma a todo lo anterior una lógica que podríamos denominar de baja responsabilidad, en que nadie le cobra cuenta por desempeño a nadie. Por consiguiente, da lo mismo hacer las cosas bien que hacerlo mal. Un solo caso permite comprobar esta afirmación: los mismos equipos técnicos que diseñaron el plan de infraestructura hospitalaria 20/20/20 siguen ocupando posiciones clave de decisión en los ministerios de Hacienda y Salud, sin que haya ninguna cobranza de cuentas por un diseño mal proyectado y un bajo desempeño de ejecución presupuestaria del que el Ministerio de Salud se defiende y el Ministerio de Hacienda se desentiende.
¿Cuáles serían algunas causas de este diagnóstico? Entre otras, podríamos mencionar: i) el débil procesamiento de demandas; ii) los débiles mecanismos de monitoreo de los problemas y demandas de la sociedad; iii) el hecho de que las decisiones se tomen sin suficiente información sobre el problema a enfrentar y, iv) no existe procesamiento técnico político sobre el impacto de tales decisiones.
Se suma a todo lo anterior una lógica que podríamos denominar de baja responsabilidad, en que nadie le cobra cuenta por desempeño a nadie. Por consiguiente, da lo mismo hacer las cosas bien que hacerlo mal. Un solo caso permite comprobar esta afirmación: los mismos equipos técnicos que diseñaron el plan de infraestructura hospitalaria 20/20/20 siguen ocupando posiciones clave de decisión en los ministerios de Hacienda y Salud, sin que haya ninguna cobranza de cuentas por un diseño mal proyectado y un bajo desempeño de ejecución presupuestaria del que el Ministerio de Salud se defiende y el Ministerio de Hacienda se desentiende.
En segundo término la baja capacidad de gobierno que domina a la política es baja capacidad para procesar los problemas reales. La política esta desenfocada de los problemas de la gente. La política genera sus propios problemas y los políticos se dedican a resolver los problemas de la política, no los problemas de la gente.
Por último, el inmediatismo y la improvisación política, bajo el disfraz de la experiencia y la intuición, trabajan con malestares imprecisos y con soluciones preconcebidas, generalmente copiadas de otras experiencias. Los equipos de gobierno no trabajan con problemas, trabajan con soluciones. El intento por destrabar el tema del inicio de la gratuidad a través de una glosa presupuestaria que no dejó satisfechos ni al gobierno ni a los actores involucrados o la forma en que se busca financiar la infraestructura hospitalaria ─traspasando recursos del Fondo de Apoyo Regional provenientes del fondo espejo del Transantiago en regiones─ ponen de manifiesto que no existen métodos y dispositivos de procesamiento técnico-político de problemas, hay déficit de un ámbito sistemático y profesional de procesamiento técnico-político de problemas, lo que se expresa finalmente en la ausencia de un sistema integrado de asesoría formal a la Presidencia, que trabaje a partir de un método de procesamiento que valore técnico-políticamente los problemas de gobierno.
Hay un divorcio entre lo que la sociedad y los ciudadanos demandan de la política, y lo que la política y los políticos ─incluido el gobierno─ ofrece. Al final del día lo que importa de un gobierno son sus resultados. Nos referimos a los resultados con que la gente se ilusiona, a pesar de su frustración creciente con la política y los políticos. El actual gobierno empeñó su palabra cuando anunció su programa de gobierno. Palabra que valida con su cumplimiento y que el país juzgará por sus resultados. Resultados es la palabra que finalmente encumbra o hunde a un gobierno. Esta máxima expresa de manera inequívoca lo que los ciudadanos asocian con eficacia gubernamental.