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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro

El título de esta columna, esa frase tan poderosa, se puede leer arriba de la puerta 8 del Estadio Nacional de Santiago. Por ahí salían los prisioneros de la dictadura a sentir un poco de luz solar. Luego volverían a entrar para ser torturados, asesinados o redirigidos a otros centros de detención.

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Hemos logrado desarrollar un trabajo importante para recordar los horrores del gobierno militar y no debemos escatimar esfuerzos para que las generaciones futuras sepan qué pasó en Chile desde 1973, para que eso nunca se vuelva a repetir. Pero esa preocupación por nuestro pasado, por homenajear a quienes nos precedieron, por preservar los vestigios de nuestra identidad, no se ha logrado manifestar de la misma manera en otras áreas.

Un reportaje del año pasado en TVN se titulaba “El Pucará olvidado de Santiago” y hacía mención a ese lugar que se encuentra en el cerro Chena de San Bernardo. Un espacio místico, el cual era parte del dominio sur del imperio Inca y que fue descubierto por el arqueólogo chileno Rubén Stehberg en 1976. “Un monumento histórico y arqueológico que desde hace años se encuentra abandonado y en constante deterioro”, agregaba la nota televisiva. Muy premonitorio.

¿Saben lo que pasó hace poco más de un mes? Varios cientos de metros de ese sendero ceremonial prehispánico, que forman parte del Camino de Inca, fueron destruidos por la retroexcavadora de una empresa que estaba reforestando el cerro Chena, algo que hacía en compensación por la anterior destrucción de bosque nativo por parte de una inmobiliaria. Un escándalo, un desastre arqueológico que en otras partes del mundo habría sido portada de diarios y motivo de cárcel para sus responsables. Pero no en Chile. Aquí, este disparo al corazón de nuestro patrimonio es una consecuencia clara de cuán indolentes somos.

Tal como lo adelantaba el reportaje televisivo, el Pucará de Chena estaba abandonado, en estado lamentable, lleno de rayados hechos con spray, sin indicación, sin señalética. ¿Lo que pasó es culpa del chofer de la retroexcavadora? Yo creo que es el último de los culpables. Antes hay una municipalidad, la de San Bernardo, que debería ponerse roja. Así como un Consejo de Monumentos Nacionales, que mucho tiene que decir. Y, especialmente, una ciudadanía negligente respecto de lo que es nuestro, de lo que construye nuestra identidad.

Ya dejamos que en 1980 se botara el edificio del Bazar alemán Krauss, esa maravilla que estaba frente a la Catedral de Santiago y que fue reemplazada por una mediocre torre de espejos. Mucho antes, en 1888, fuimos capaces de demoler el puente Cal y Canto, esa joya de la arquitectura colonial.

Tampoco fuimos capaces de conservar la Estación de trenes Pirque, que estaba justo en el comienzo del actual Parque Bustamante, en la esquina con Providencia. Y esos son sólo algunos ejemplos. Lo que no han botado los terremotos o quemado los incendios, lo hemos destruido nosotros. Con picotas, palas y retroexcavadoras. Es muy simple y muy triste: sin memoria no hay futuro.

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