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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Caso colusión: los indignados no sirven de nada

"¿No ir a un supermercado o no comprar un producto coludido cambiará la lógica en la que vivimos hace más de tres décadas? Me parece que no".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Un nuevo caso de colusión, que esta vez tiene como protagonistas a los supermercados, ha llenado las planas de la prensa y nutrido todo comentario indignado. “Otra vez nos están cagando”, dice toda persona con la que uno se encuentra, mientras otros señalan que el mercado es así y que solamente tienen que activarse los mecanismos de regulación respectivos y todo quedará resuelto. Todo tranquilo y acá no ha pasado nada. No hay nada que reformar, “sólo hay que poner más ojo”, concluyen.

Se podría decir que estamos entre esas dos opiniones. Dos perspectivas que tienen algo en común: hablan con conocimiento del mercado y no lo cuestionan. Sólo ponen en duda la manera en que ciertas personas actuaron y nada más. No hay propuestas para preguntarse si es que este sistema funciona tal cual está o si el relato que nos hemos comprado por años es el correcto. Solamente son berrinches y defensas, lo que en el fondo termina siendo lo mismo ya que las dos posturas sirven para que una forma de concebir Chile se perpetúe.

Tal vez los amantes del libre mercado tienen las cosas más claras. Defienden una visión de vida y aunque muchas veces no nos digan que son miembros de una religión, lo cierto es que la profesan con tanta fuerza que incluso nosotros creemos que esa es la única realidad. Los indignados, en cambio, creen que están haciendo algo al respecto, pero lo cierto es que hablan como consumidores más que como ciudadanos, y sus pataletas muchas veces no son más que gritos estériles frente a algo que es más fuerte y que por lo mismo se necesita que sea enfrentado de otra forma.

¿No ir a un supermercado o no comprar un producto coludido cambiará la lógica en la que vivimos hace más de tres décadas? Me parece que no. Es más bien una manera de reaccionar como si se fuera víctimas de ciertas imperfecciones, y no responsable también de la impunidad en la que han vivido personas que nos construyeron una nueva sociedad que nos dejó tranquilos mientras no nos tocaron nuestra individualidad. Una vez que lo hicieron, las pataletas comenzaron a tener como resultado medidas efectistas de parte de los consumidores, pero no propuestas a futuro de parte de ciudadanos.

La indignación es uno de los frutos de este supuesta “libre competencia”. Nos convencieron de que las quejas de corto alcance, como si fuéramos clientes y no sujetos de derecho, eran las maneras de manifestarse, ya que mientras más mostramos nuestra rabia, menos nos sentamos a buscar respuestas sobre lo que sucede. Y es por eso que el movimiento de estudiantes del 2011 descolocó tanto al poder, porque no eran un grupito de individualidades en busca de que no siguieran destruyendo su bolsillo, sino que eran jóvenes que formaron una colectividad que proponía un Chile hacia el futuro. Que cuestionaba las bases del modelo con fundamentos y con ideas para cambiarlo, en un país en donde el patrimonio de las ideas estaban tanto en la derecha como en las supuestas elites progresistas que comenzaron a pensar igual que sus adversarios por miedo y luego por conveniencia.

Los indignados frente a estos casos no sirven de nada. Solamente colaboran con la sensación de que no es algo sistémico, sino algo casuístico. Algo que se soluciona con alguna que otra medida, pero nunca con el entendimiento de nuestra historia y de lo que somos. Quienes se indignan no son seres históricos, sino del momento, y mientras no conozcamos nuestro pasado y cómo éste está conformado, cosas lo cierto es que los alaridos serán más fuertes, pero nunca podremos cambiar absolutamente nada.

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