Salir de nuestra zona de confort
La experiencia del voluntariado es una oportunidad propicia para remover la conciencia de las personas, sacarlas de su zona de confort cotidiana y encontrarse con personas en situación de pobreza y exclusión que nos muestran lo dulce y agraz de la experiencia de vida de otros iguales en biología, pero injustamente distintos en oportunidades y acceso.
Waleska Ureta es Directora de Cooperación para el Desarrollo de América Solidaria Chile.
Cuando vemos en las distintas redes sociales como las personas constantemente publican reclamos y quejas frente a las distintas falencias de la gestión política, del abuso de ciertos sectores o de alguna acción intolerable de algún ciudadano que fue descubierto infraganti en algo reñido con la moral y las buenas costumbre, es tentador sumarse a todas aquellas manifestaciones que desde la comodidad de nuestros computadores y teléfonos nos permiten sentirnos parte de una masa que expresa su malestar a punta de unos confortables clicks. Esto no es más que una evidencia de un país que, finalmente, se indigna digitalmente durante los pocos minutos que lee una noticia en Facebook para después engancharse en la siguiente que probablemente sea un chiste o el posteo de un amigo respecto de la celebración de año nuevo, instalándose así una amnesia fulminante.
La descripción expuesta es exactamente lo que ocurre cuando escuchamos, leemos e incluso vemos personas en situación de pobreza y exclusión o aún peor, ya que si consideramos los resultados de la última encuesta CEP un 41% de los chilenos no se indigna por las condiciones en que viven muchos compatriotas, sino que los responsabilizan, pues, su estado es producto de su “flojera” y claro si nos creemos el cuento de la meritocracia sin cuestionamiento, el otro, el que es distinto a mí –materialmente- se vuelve estigmatizable, excluible o simplemente invisible, no se constituye como unas de mis preocupaciones cotidianas ni menos vitales.
En este contexto pesimista y lamentable, surge a través del voluntariado, una luz de esperanza de cara a tanta indiferencia. Es decir, la sociedad civil organizada que tiene como motor las voluntades de cientos de personas jóvenes, adultos y, también, adultos mayores que en un despertar de su consciencia respecto de su entorno, día a día se suman a la compleja, pero no imposible tarea de cambiar el mundo, ¡sí! cambiar el mundo, a pesar de lo titánico y quijotesco que sea, existen personas que están convencidas que aunque sea con pequeñas acciones se aporta al cambio social y a construir un mundo más justo. Incluso algunos en una apuesta mucho más contracultural entienden que sólo desde la transformación personal como seres en constante aprendizaje y mejora habrá un cambio real en nuestros vínculos y de ahí un cambio estructural.
En este sentido, la experiencia del voluntariado es una oportunidad propicia para remover la conciencia de las personas, sacarlas de su zona de confort cotidiana y encontrarse con personas en situación de pobreza y exclusión que nos muestran lo dulce y agraz de la experiencia de vida de otros iguales en biología, pero injustamente distintos en oportunidades y acceso.
En este escenario de encuentro puramente humano, es donde se produce la magia del intercambio y aprendizaje mutuo, surgen las contradicciones, la indignación, la frustración y el volver a soñar, todo lo cual va modificando nuestra mirada respecto del otro y viceversa. Cuando ese otro deja de ser una categoría, una nacionalidad y pasa a ser un amigo, compañero de camino con rostro, nombre y una historia particular que se entrelaza con la propia ya no somos los mismos, pues, como tan magistralmente lo planteó Galeano “la identidad no es una pieza de museo, quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día”…a lo que podemos agregar que, en definitiva, somos también producto de nuestros encuentros, lazos y de las causas que abrazamos de manera comprometida en acciones que no se diluyan en discursos combativos, rimbombantes y, a estas alturas, cliché que nos enorgullezcan por la cantidad de “me gusta” que reciben, sino que se concreten y expresen como nuestra forma de ser y estar en el mundo, invitando a otros, como en una suerte de “evangelización solidaria”, a nadar contra la corriente…