La decepción de los progresistas
En Chile las cosas son distintas, mas no faltan las decepciones: el “Chile de todos”, se ha vuelto el de la protección de Sebastián; varios de los defensores del pueblo enfrentarán a la justicia por delitos tributarios; los paladines de la democracia callan o apoyan las atrocidades cubanas y del chavismo; uno de los renovadores de la política hace todo tipo de trucos para eludir el interrogatorio del fiscal.
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
Las ideas, usualmente denominadas de izquierda, tienen algo mágico y encantador: ese deseo por construir un mundo nuevo, donde las personas sean valoradas no por lo que tienen ni por lo que hacen, sino por lo que son (seres humanos), y en el cual todos podamos vivir en un estado de igualdad, libertad y fraternidad, trabajando no como esclavos del dinero, sino por amor a quien está a nuestro lado, formando una gran familia humana. Magia que ha sido la atracción para millones de personas que se han puesto al servicio de ella y han seguido a sus promotores.
Lamentablemente, a lo largo la historia han sido muchos los que han sido decepcionados por estas ideas, por los medios con los cuales se busca imponerlas o por los líderes de los conglomerados que buscan llevarlas adelante: así fueron millones quienes se impactaron por la violencia de la Revolución Francesa y al poco tiempo se vieron apoyando a la dictadura militar (y, para nuestros estándares, de derecha) de Napoleón; tras la Primavera de Praga, varios partidos comunistas y socialdemócratas de todo el mundo (grupo en el que lamentablemente no se encontraron los chilenos), comenzaron a distanciarse de la Unión Soviética; y la izquierda chilena se incorporó a la democracia que sucedió a Pinochet reconociendo, en su gran mayoría, que la defensa de la lucha armada no era algo positivo.
Hoy, quienes creen en las ideas socialistas o progresistas, también sufren decepciones cuando caen en la cuenta de que varios de sus principales referentes viven como los explotadores, recurren a sus peores conductas y se reúnen con los peores de ellos. No les deben gustar las noticias que vienen de Venezuela, donde se habla del Narcoestado; dos sobrinos de Maduro se encuentran procesados en Estados Unidos por narcotráfico, el presidente y su rival político al interior del chavismo, Diosdado Cabello, tendrían fuertes lazos con el crimen organizado, y, para colmo de los males, la polémica lista Falciani, reveló que Hugo Chávez y su familia tienen alrededor de doce mil millones de dólares en Suiza. Tampoco les debe resultar cómoda la escandalosa figura de Sean Penn, actor y activista, que no tuvo el más mínimo inconveniente en entrevistar al “Chapo” Guzmán, quien fuera el hombre más buscado de México, por amasar una de las fortunas más grandes del mundo sobre la sangre de millones de seres humanos.
Ni hablemos de lo que deben sentir al saber de las dictaduras comunistas que aún existen: los Castros están desde 1959 en el poder y no han tenido piedad con sus adversarios, incluso algunos que hicieron la revolución con ellos; el Partido Comunista chino gobierna su país con mano de hierro y hace desaparecer a sus opositores con la excusa de combatir la corrupción; Norcorea es el feudo de los Kim, ahí la aristocracia comunista es solo dueña de los medios de producción y de las personas.
En Chile las cosas son distintas, mas no faltan las decepciones: el “Chile de todos”, se ha vuelto el de la protección de Sebastián; varios de los defensores del pueblo enfrentarán a la justicia por delitos tributarios; los paladines de la democracia callan o apoyan las atrocidades cubanas y del chavismo; uno de los renovadores de la política hace todo tipo de trucos para eludir el interrogatorio del fiscal, y para que hablar del nepotismo que se ha enquistado en la Administración del Estado.
Lamentablemente, los progresistas chilenos han tendido a negar las acusaciones o a justificar a los involucrados, en lugar de aceptar que ese hombre nuevo no va a existir o que, al menos, no lo representan ellos, y se ven viviendo en una loca realidad atacando el capitalismo de los “empresarios”, pero defendiendo el de sus correligionarios. Cuando lo que deberían hacer es pedir para ellos el juicio más riguroso, de modo de impedir que las decepciones maten el valor de sus ideas. Deberían, en esto, seguir el ejemplo de la gran mayoría de los musulmanes, que han dado un nombre peyorativo al, autodenominado, Estado Islámico: Daesh; con el fin de desmarcarse de esos criminales.