Educación Ambiental y amor: claves en un reto de escala planetaria
La educación ambiental debe enfrentar hoy más que nunca el reto de integrar en su quehacer todas las dimensiones del vivir humano. Así podremos salir de la alienación del consumo y comenzar a actuar como las circunstancias climáticas y ambientales lo exigen.
Ismael Berwart es Profesional del área de Educación para la Sustentabilidad de Fundación Casa de la Paz, Licenciado en Psicología en la Universidad de Valparaíso
Hoy martes 26 de enero, en el Día Mundial de la Educación Ambiental les quiero hablar de amor.
Pero ¿qué tiene que ver el amor con la educación ambiental? es una pregunta valida, que intentaré responder.
Con la llegada del nuevo siglo surge el concepto de Antropoceno, definido como la era geológica marcada por la acción humana, esto significa que nuestro actuar ha cambiado las condiciones del planeta, dejando una huella similar al meteorito que extinguió a los dinosaurios. La suma de acciones de cada uno de los 7.000 millones de habitantes del planeta y de los muchos millones que nos precedieron durante los últimos 200 años han llevado a la vida en la tierra a una nueva extinción masiva y a un cambio climático sin precedentes.
Ante este escenario lo que debemos hacer es cambiar conductas y eso es algo difícil, las terapias psicológicas pueden pasar años buscando modificaciones sin lograrlas. No es fácil que dejemos de tener un televisor en cada pieza o que no soñemos con el auto propio, no es fácil que millones de personas logren darse cuenta que tras su teléfono existen forados gigantes que horadan el planeta y es aún menos fácil que incluso siendo conscientes, tomemos la decisión de cambiar hábitos de consumo.
Para Humberto Maturana, educar es un fenómeno biológico que envuelve todas las dimensiones del vivir humano, en total integración del cuerpo con el espíritu, recordando que cuando esto no ocurre se produce alienación y pérdida del sentido social e individual en el vivir. La educación ambiental debe enfrentar hoy más que nunca el reto de integrar en su quehacer todas las dimensiones del vivir humano. Así podremos salir de la alienación del consumo y comenzar a actuar como las circunstancias climáticas y ambientales lo exigen.
La pregunta del millón es ¿cómo concretarlo? Esta interrogante también se puede plantear a todo el sistema educativo. Me parece que una forma de acercarse a la respuesta es a través de la experiencia y el amor.
La enseñanza no puede desarrollarse en el encierro de una sala, menos la educación ambiental. Los niños hoy están estimulados desde su nacimiento por aparatos tecnológicos impensados hace 20 años, que hacen pedazos los recursos pedagógicos tradicionales. Es solo a partir de la generación de experiencias que fomenten el amor por la naturaleza y que pongan en juego todos los aspectos del ser de nuestros niños que lograremos llevar a cabo un proceso educativo que los disponga a actuar como nuestro planeta necesita.
Durante el 2015 participé en salidas a avistar aves en diversos humedales con jóvenes y niños y adultos. En ellas el gran motor era precisamente el amor de las personas por las aves. Puedo asegurar que para casi la totalidad de quienes participaron, la experiencia quedó grabada como algo positivo y conceptos abstractos como biodiversidad o aves migratorias y residentes se clarificaron.
Si existe un motor de cambio ese es el amor, solo a través de él lograremos las modificaciones conductuales y culturales necesarias para enfrentar el cambio climático. Y no solo eso: al ubicar al amor en el diseño de las experiencias de educación ambiental, lograremos que nuestras niñas y niños amen el planeta y actúen de forma consciente y en coherencia con ese amor al hogar.