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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

En los patios traseros del Continente también hay felicidad

Cada ciudad de nuestra América tiene su Ciudad Bolívar. Pienso en La Pintana o la Legua en Chile, el Agustino de Lima o La Boca de Buenos Aires. Todas son zonas de exclusión en las que América Solidaria me ha permitido encontrarme con esos millones de americanos que construyen su vida en medio de la discriminación.

Por Arturo Celedón
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Arturo Celedón es Director de Cooperación de América Solidaria Internacional

En la zona sur de Bogotá hay un lugar que se llama Ciudad Bolívar. En realidad es más que un simple lugar, es una verdadera ciudad dentro de la ciudad, que ha crecido hasta alcanzar más de 720.000 personas, muchos de ellos desplazados del largo conflicto armado que ha afectado a tantas familias en Colombia.

Ciudad Bolívar es un lugar, al igual que muchos suburbios de nuestro Continente, construidos sobre el dolor de la exclusión y la violencia. Sus habitantes se levantan todos los días, besan a sus hijos antes de ir a trabajar y se esfuerzan por volver con lo suficiente para dar de comer a sus familias y pagar sus cuentas. Y también, es un lugar donde existen pandillas, donde en la noche se escuchan disparos entre bandas rivales y donde mis amigos de Bogotá prefieren no asomar sus narices.

Cada ciudad de nuestra América tiene su Ciudad Bolívar. Pienso en La Pintana o la Legua en Chile, el Agustino de Lima o La Boca de Buenos Aires. Todas son zonas de exclusión en las que América Solidaria me ha permitido encontrarme con esos millones de americanos que construyen su vida en medio de la discriminación.

Pero volviendo a Ciudad Bolívar, una vez que termina la última colina llena de casas de ladrillos, empieza Quiba Guabal, una pequeña comunidad que vive cargando con los estigmas e Ciudad Bolívar, a los que suman los problemas del aislamiento y la lejanía. En Quiba vive Fernanda Arriagada, chilena, diseñadora, voluntaria de América Solidaria, que hace un año se dedica a desarrollar el liderazgo y la innovación social con los niños y niñas de Biblioseo, una pequeña Biblioteca comunitaria que apuesta por las oportunidades de los jóvenes ahí donde el Estado ya no está.

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Después de cruzar Ciudad Bolívar, camino por las calles de tierra de Quiba, junto a Fernanda y su mirada limpia, y yo concentrado, escucho a Jeison y Brayan, muchachos no mayores de 13 años, que me cuentan de su proyecto de rescate de mascotas abandonadas en Quiba. Y a Laura que junto con otros jóvenes más están trabajando para que las niñas de su barrio sepan identificar el acoso sexual y prevenir el embarazo adolescente. Además me entero del club deportivo, y las jornadas de reciclaje para que Quiba sea una tierra limpia de botellas y bolsas de plástico. Imposible no emocionarse.

Los 15 jóvenes de Biblioseo generan proyectos con los que buscan mejorar los problemas que, sus mismos ojos de niños, identifican en su cotidianeidad. Fernanda trabaja con estos jóvenes, ordenando sus anhelos de niños, entregándoles metodología e impulso, pero sobretodo, impidiendo que nadie les diga que no hay nada que hacer. Estoy toda una tarde escuchando los sueños de estos jóvenes, y después de cruzar Ciudad Bolívar, estoy seguro que América tiene futuro, y esos niños de Biblioseo nos están mostrando el camino.

Para que Ciudad Bolívar (o La Legua o Fuerte Apache) sean como son, miles de personas tienen que haber bajado la mirada y decidido no hacerse cargo de su realidad. Miles tienen que haber decidido salvarse solos, tienen que haber decidido no escuchar y dejado que la persona que estaba a su lado, su vecino, fuera tragado por el sinsentido de los prejuicios, la violencia y el desempleo. Demasiados de nosotros hemos sido dominados, sin darnos cuenta, primero por el miedo y luego por la indiferencia, y nos hemos terminado convenciendo que no hay nada que hacer, que mejor salvarse solos.

Detrás del desastre que representa Ciudad Bolívar, está el egoísmo e indiferencia de nuestra sociedad. Está el temor que tenemos que nos hace salvarnos solos, aunque eso signifique abandonar a nuestro hermano.

Pienso en Jeison y Laura, que nos están mostrando que cada uno de nosotros tiene la obligación de convertirse en una fuerza para el bien. Que no podemos hacernos los tontos. Que no basta con no dar problemas a nadie, sino que hay que abrir los ojos y responderle a este mundo que nos invita a que seamos la solución.

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Es urgente que salgamos de nuestro círculo, que miremos para el lado. ¿Sabemos acaso que problema tiene nuestro compañero de oficina o de banco? No podremos ser felices solos, tenemos que dejar de buscar nuestra felicidad en un cargo, en un Smartphone capaz de sacar fotos debajo del agua, en los likes de nuestro último post en redes sociales. Sabemos que la felicidad está en el otro. Hay que levantar la mirada, ver que necesitamos todos, y empezar a hacer cosas.

Pienso en los 20 millones de jóvenes en América Latina que hoy no estudian ni trabajan y que están en severo riesgo de pobreza. Pienso en las más de 160 millones personas en situación de pobreza en nuestro Continente. Pienso en aquellos niños internados en residencias sociales en nuestro país… Chile no es la copia feliz del Edén. No podemos seguir encerrados en nuestro pequeño refugio. Tenemos que salir del aislamiento, encontrarnos y trabajar juntos por el mundo que soñamos, por ese mundo en que sabemos que seremos felices.

Jeison me comentó, son su sabiduría de niño, que él es feliz si los perritos de Quiba tienen quien los cuide. Y Laura si las niñas de su cuadra saben hacer respetar su dignidad. Y Fernanda nos muestra que ella puede ser feliz acompañando los sueños de los niños de Quiba.

¿Qué puedes hacer tú para ser más feliz con los demás?

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