La victimización de Longueira
No dice nada sobre los casos que lo tienen a él en el foco de la noticia debido a intercambios de mails y la extraña regulación de pesca que incentivó mientras era titular del Ministerio de Economía en el gobierno de Sebastián Piñera. Nada de eso aparece en sus sentidas palabras.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Pablo Longueira habló. No lo hizo en vivo en una entrevista política, ni menos en una declaración pública rodeado de cámaras, sino que por medio de una columna en El Mercurio. Tal vez encontró en el medio la seguridad que buscaba. Se sentía cómodo, sin cuestionamientos y libre de decir lo que hacía meses quería compartir con los lectores del diario.
El texto comienza con lamentaciones sobre lo que sucede en el ámbito político nacional. La manera en que se ha puesto en la palestra a personajes del Parlamento a Longueira le “duele”. Le molesta que quienes han dedicado su vida al servicio público, hoy estén siendo denostados constantemente, ya que para él la política es una labor fundamental que debe traspasarse de generación en generación.
¿Y la relación específica de senadores y diputados con el mundo empresarial? Bueno, eso lo relativiza con su generalización. No dice nada sobre los casos que lo tienen a él en el foco de la noticia debido a intercambios de mails y la extraña regulación de pesca que incentivó mientras era titular del Ministerio de Economía en el gobierno de Sebastián Piñera. Nada de eso aparece en sus sentidas palabras.
Lo que sí aparece es su incansable ímpetu por buscar consensos. Una vez más recurre a esa palabra que en algún momento sonó tan bonita, pero hoy no es más que un mal recuerdo de la inmovilidad política en ese entonces, y de un sinfín de apretones de manos que solamente ayudaron a despolitizar a una sociedad integrada por personas que prefirieron quedarse en su vitrina de consumidores antes de ejercer sus derechos como ciudadanos.
Longueira escribe esta columna desde una gran visión de su actividad como político. Él quería ayudar al prójimo como buen “ignaciano” que dice ser. Él quería el bien de Chile por medio de las conversaciones de pasillo. Porque eso es para él la actividad política. Solamente eso. Nada más. No hay empresas tras las votaciones de quienes gustan recibir mesadas del mundo privado, no hay negociaciones a oscuras ni tampoco presiones ideológicas. Eso no existe, son malvadas invenciones de quienes no quieren que este país surja, según su perspectiva.
El problema es que el ejercicio público no es tan noble como el ex candidato presidencial pretende hacernos creer. Y esto no lo digo con el afán de colaborar con el cansador “buenismo” de ese indignado nacional que ve todo como blanco o negro, sino sobre la base de que son actividades humanas y como tales no están exentas de vicios y delitos. Sobre todo en un contexto como el nacional, en donde se institucionalizaron visiones injustas del desarrollo país. Pero Pablo eso no lo ve, o simplemente no lo quiere ver. No le conviene, porque curiosamente siempre ha mirado su vida desde la perspectiva de víctima. Nunca se le ha pasado por la mente haber sido parte de un grupo de victimarios voluntaria o involuntariamente. Nunca pensó que tal vez ese militar al que apoyó durante casi dos décadas podría ser un dictador. Extraño ¿no? Curioso no asumir nunca responsabilidades desde la realidad de los hechos y desde la participación u omisión de algunos.
Lo que olvida Longueira es que la política no es solamente un acto en el que una persona puede mirarse al espejo y apreciarse por lo buena que es. Ni menos una actividad que sirva de constante escudo para esconder sus debilidades por medio buscar ser víctima de algo. Es tan importante el Congreso y cómo se ejerce el servicio público, que reducirlo a un grupo de santones como lo hace el líder UDI, o de sinvergüenzas como lo hacen la mayoría de los neofascistas de las redes sociales, es no entender en qué consiste la diaria tarea de fortalecer la democracia. Y sobre todo no saber que el principal problema acá radica en haber convertido al hemiciclo en un lugar en donde la democracia no solamente se discutía, sino que muchas veces se transaba al servicio del grupo económico que pusiera más dinero.
Una vez que se entienda esto y veamos la realidad histórica y sus consecuencias, es cuando dejaremos de escudarnos en la santería o en la victimización y asumiremos nuestras responsabilidades. Mientras no suceda esto, seguiremos leyendo cursis columnas de retirados políticos en donde intentan minimizar lo que nos deberían explicar.