G-90, los hijitos de mamá Bachelet
La Presidenta no pudo hacerle entender a un grupo de personas que ellos no eran parte importante de su corazón, ni menos parientes, sino que trabajadores del Estado de Chile, cosas que no son lo mismo
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Es extraña la relación de Michelle Bachelet con la G-90. Un ejemplo es Rodrigo Peñailillo, quien fue casi como su hijo hasta que se supo que actuaba todavía como operador político y no asumía su condición de titular de Interior. Y es que tal vez la mandataria no lo dejó que lo fuera, ya que su figura materna lo relegó a sus faldas como un niño más que podría cometer errores una y otra vez, y no asumir su condición de segundo a bordo del gobierno. Esto el ex ministro se lo creyó hasta que la realidad cayó por su propio peso encima suyo. Hasta que se dio cuenta de que los grandes cargos políticos siempre vienen de la mano con responsabilidades.
Hoy hay un caso que involucra a otro miembro de esa generación que prefirió quedarse tras sombras del poder. Me refiero a Cristián Riquelme, quien luego de los cuestionamientos a su figura por no transparentar sus bienes- y gracias a la curiosa acuciosidad de ciertos medios- también apareció como responsable en el formateo del polémico computador de Sebastián Dávalos, lo que en la jerga del “bacheletismo” podría ser visto como un acto de hermandad hacia la oveja descarriada de la familia.
Riquelme, en vez de poner su cargo a disposición, decidió callar hasta hace unas pocas horas. Se agarró con sus uñas bien firmes a un secretismo de ese que guardan las familias frente a cualquiera que quiera inmiscuirse en sus conflictos. El problema es que este no era un ambiente familiar, sino un Estado que necesita de funcionarios públicos con conciencia de sus deberes y de sus faltas a estos. Eso el ahora ex administrador de La Moneda no lo había querido entender. Al contrario, prefería escabullirse por los pasillos de Palacio para que nadie lo mirara feo, porque tenía susto. Tenía terror y se sentía desamparado ya que su madre estaba de vacaciones.
¿Qué podrían haber hecho los G-90 para rescatarlo? Muy poco. No tienen el respeto de los viejos tótems de la Concertación, ya que, desde su juventud cuarentona, nunca se atrevieron a enfrentar a los ex ministros y presidentes para quitarles el poder que habían ostentado por dos décadas. No pueden entrar a los pasillos del poder antiguo porque no serán recibidos. Tal vez sí podrían haber hablado -si es que ya no lo hicieron- con Enrique Correa, porque él trabaja con moros y cristianos con tal de influir más. Quién sabe.
Lo cierto es que Bachelet llegará en algún momento y tendrá que enfrentarse al desastre comunicacional que otro de sus hijos dejó una vez que ella se fue. Es cierto que no estará Riquelme para dar explicaciones porque ya se habrá ido. Ya se habrá llevado sus pertenencias y salido de La Moneda como el hijo que se escapa de la casa de los papás, mientras ellos no están, luego de haber roto un ventanal grande durante una fiesta que no se le estaba permitido hacer.
Es el principal problema de un gobierno: la Presidenta no pudo hacerle entender a un grupo de personas que ellos no eran parte importante de su corazón, ni menos parientes, sino que trabajadores del Estado de Chile, cosas que no son lo mismo. Y que no tienen por qué serlo. Ya que la conducción de un país no tiene por qué ser llevada a cabo por un líder y sus protegidos, debido a que en su condición de tales, los funcionarios actuarán como personas necesitadas de protección antes que como profesionales que forman parte del aparato público.
La corriente bacheletista tiene que replantearse la manera en que se relacionan sus miembros. Tiene que entender que el ejercicio político es duro y que requiere de comportamientos que vayan de acuerdo con las exigencias necesarias, porque si se siguen comportando como miembros de una cofradía de hijitos de mamá, seguirán cayendo como moscas.