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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Ausentismo escolar: la silla no basta

"Un 40% de los y las estudiantes de colegios municipales registró ausentismo crónico en 2015, lo que significa que faltaron 20 o más días a clases".

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Loreto Jara es Directora del Observatorio de Política Educativa de Fundación Educación 2020.

Marzo —ese mes que se nos aparece de tantas formas— ha estado marcado entre otras polémicas, por la de cambiar o no la hora, para aprovechar mejor la luz. Argumentos energéticos y urbanísticos más o menos; se ha puesto en el tapete la discusión respecto de qué tan perjudicial (o beneficioso) puede ser para los niños y niñas empezar su jornada escolar a oscuras. Es interesante tener, a nivel país, una discusión PEDAGÓGICA, es decir, relativa a cómo aprenden las y los niños, pregunta que debiera ser central en cualquier discusión sobre sistema educativo.   

Sin ánimo de responder ahora o de establecer opinión sobre si debe o no cambiarse el horario, nos interesa reflexionar sobre otro fenómeno que puede tener —o no— relación con la salida del sol en invierno: el ausentismo escolar.

Según una nota publicada en Publimetro esta semana, un 40% de los y las estudiantes de colegios municipales registró ausentismo crónico en 2015, lo que significa que faltaron 20 o más días a clases. Según señala el “Programa Presente” —destinado a promover el fomento de la asistencia escolar— niñas, niños y jóvenes faltan a clases por desconocimiento de las familias respecto de la importancia de asistir a clases, miedo a enfrentarse a situaciones difíciles o por factores externos que les impiden seguir con su proceso regular (embarazo o trabajo, como ejemplos más concretos).

Es posible agregar otros factores. Uno de ellos —que podría ser “externo”—, es la pobreza. La verdad es que ésta es determinante en el ausentismo escolar, en situaciones como niños cuyos zapatos no alcanzan a secarse después de la lluvia, jóvenes que pierden una mañana completa en la tarea maratónica de conseguir una atención médica o familias que se desvelan porque los muros de sus viviendas sociales no logran silenciar lo que pasa en la casa de al lado en una noche bulliciosa.

Otro factor clave de la inasistencia y que, a diferencia del anterior, sí se relaciona con la gestión de la escuela, es el aburrimiento: de todos los grupos de estudiantes con los que nos ha tocado conversar, el porcentaje que declara aburrirse en clase es altísimo, aterradoramente cercano al 100%.

Nadie está diciendo que la escuela deba ser un parque de diversiones, pero sí que represente un espacio al que sea atractivo llegar cada día. Por una serie de múltiples y complejas causas (distorsión en la implementación de políticas como la jornada completa, malas condiciones de trabajo de los profesores, descalabros en formación inicial docente, la ‘simcificación’), el aburrimiento es resultado de pedagogías que no resultan atractivas para niños, niñas y jóvenes. Quizás tampoco para las y los docentes que las implementan.

Si yo, estudiante, llego a un colegio que no me recibe de manera cálida, por las rejas o por la amenaza silenciosa de la sanción de un inspector, que me destina una silla (a veces coja) en la que me tengo que sentar una mañana completa mirando la nuca de quien está adelante para aprender cosas que no me interesan en lo más mínimo; ¿no preferiré quedarme en casa, durmiendo o haciendo algo que me divierta más que estar en clases? ¿No optaré por convencer a mi familia de que en la escuela ‘no está pasando nada importante’ y que por lo tanto, un día más o un día menos, da igual?

Para responder a esa pregunta, hemos analizado experiencias de escuelas y docentes que se atreven a hacer las cosas de forma distinta, en la convicción de que en cada comunidad educativa existen quienes inspiran, movilizan y desafían permanentemente a sus estudiantes y colegas, generando aprendizajes significativos y valiosos para la vida. Sabemos, también, que muchas veces chocan con la desesperanza, las barreras burocráticas, el agobio laboral y otros vicios de nuestro sistema, lo que hace su trabajo aún más difícil.

Esperamos que la nueva definición de un Sistema de Educación Pública entregue las herramientas para organizar las escuelas de una manera más atractiva para quienes asisten a ella, y que dé oportunidades a la innovación. Que permitan “jugar” con los horarios, las asignaturas y los cursos, estableciendo diseños didácticos que hagan atractiva la escuela, que planteen el aprendizaje como una aventura y que el ir a la escuela sea, más que una obligación, un placer. 

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