Una nueva oportunidad para frenar el bullying
Es así como, el aprender desde temprana edad, a canalizar demandas de justicia a través de procedimientos como el arbitraje pedagógico, la negociación y la mediación, potencia en los niños la experiencia de dejar de ser objeto de medidas disciplinarias y pasar a ser sujeto de procedimientos de solución pacífica de conflictos.
Isabel González es Directora Centro de Mediación, Negociación y Arbitraje de la Facultad de Derecho de la Universidad Central
Este mes se inicia el año escolar y muchos niños y jóvenes se enfrentarán nuevamente a episodios de bullying u otras formas de violencia escolar. Cotidianamente en nuestros establecimientos escolares se producen conflictos de menor o mayor gravedad, tales como las burlas, ridiculizaciones, descalificaciones, marginación, indiferencia, abuso de poder, etc., originados en la poca tolerancia al tener creencias e intereses diferentes o bien poseer características físicas especiales.
Sin perjuicio de que las diferencias son inherentes a la sociabilidad humana, es necesario poner atención a la forma como se están enfrentando éstas en nuestras comunidades educativas, ya que cuando los conflictos no son abordadas a tiempo o son resueltos por la vía del poder, se generan agresiones y abusos, en que se impone el más fuerte sobre el más débil, produciendo daños irreversibles, cicatrices que son tatuajes para el alma.
Este abuso que ejerce una persona o un grupo de personas sobre otra, afecta en este caso a niños y jóvenes en forma física, psicológica y sexual, convirtiéndolos en objeto de ridículo y humillación, cambiando muchas veces el rumbo de la vida de un joven o un niño. Apareciendo a veces disfrazadas de juego rudo, en que la frontera del juego es sobrepasada y se transforma en una agresión.
También las conductas de discriminación y/o marginación de un estudiante, de sus características físicas, condición social, étnica, orientación sexual, se realiza por medio de la violencia cibernética, agresiones que posteadas utilizando comentarios o fotos humillantes se viralizan en nuestras redes sociales, permitiendo que todo el entorno social de una víctima lo acompañe en su humillación.
Lo más grave es que algunas de éstas actitudes se invisibilizan, pasando desapercibidas en el medio escolar, ya que al tratarse de conductas comunes, se han “naturalizado”, sin embargo, su daño es real, afectando la autoestima y la confianza de sus víctimas, dañando el clima de convivencia y perjudicando el aprendizaje de los estudiantes en el colegio.
Y aún más se llevan luego a otros grados de la educación como la Universidad, donde comienzan a replicarse conductas agresivas como estas en el mechoneo, los primeros días de clase y aún más, a veces desde docentes que sin una adecuada formación pedagógica, sino solo técnica o profesional, ridiculizan a los estudiantes, por su falta de cultura o conocimiento. Sin considerar, que son los propios establecimientos en los que imparten su rol docente, los que han admitido y fomentado la incorporación de estos jóvenes.
Ahora bien, y frente a una reforma educacional que quiere ser inclusiva, no solo de las personas sin recursos sino también de aquellos con menor formación cultural y que se plantea desde la calidad de la educación, debemos comenzar por trabajar en una construcción colectiva, en la que se ofrezca solución a este tipo de conflictos en forma restaurativa y con un enfoque transversal en la enseñanza, que incorpore en los alumnos competencias que permitan el ejercicio de sus derechos humanos, en una comunidad estudiantil democrática, inclusiva y pacificadora, respetuosa de las diferencias.
Es así como, el aprender desde temprana edad, a canalizar demandas de justicia a través de procedimientos como el arbitraje pedagógico, la negociación y la mediación, potencia en los niños la experiencia de dejar de ser objeto de medidas disciplinarias y pasar a ser sujeto de procedimientos de solución pacífica de conflictos.
Adicionalmente, la existencia de estas graves manifestaciones de violencia presente en los sistemas educativos, escolares y universitarios, requieren el incorporar la enseñanza y aplicación de mecanismos colaborativos como la mediación escolar a la educación chilena, a través de la propuesta de un modelo de intervención, cuyo eje central sea la educación restaurativa. La cual entiende que el conflicto tiene tres caras y una de ellas es la sociedad que debe responsabilizarse en el proceso de impartir una educación con justicia, que no solo corresponde a la autoridad docente, como ente regulador sino a las partes y a toda la comunidad escolar o universitaria, situando a los actores en un equilibrio de poderes y obligaciones respecto a la falta, sus orígenes y consecuencias.
La mediación restaurativa, permite la protección de la víctima y su participación directa en la solución de los conflictos que la afectan, contemplando la coincidencia entre sus necesidades de curación con el proceso de reparación del daño material, social y moral que debe ofrecer el ofensor, mediante un proceso educativo y socializante; en que la víctima sea acogida por el infractor en su afectación personal, quién debe asumir su responsabilidad, enfrentándose a lo dañino de su acción.
Siendo así, la dimensión de la relación humana, primero ausente en la percepción del culpable, se pone en total evidencia. En el otro extremo de la relación, se reestructura la imagen del culpable, tendiendo a desaparecer el odio y el temor difuso. Finalmente, la sanción tendrá un sentido no sólo de castigo o represalia; sino de relación directa con la lesión a un bien jurídico que el conjunto social quiere proteger.