Esclavitud
Sin embargo, la Cámara de Diputados, sin considerar mayormente los intereses de quien está en el vientre materno, le negó la personalidad, lo redujo a un estado de desprotección peor al que tenían las personas de raza negra a comienzos del siglo XIX.
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
El debate sobre la esclavitud fue el gran asunto moral de los siglos XVIII y XIX. Explotó cuando en el norte de Europa, personas que habían experimentado una fuerte conversión cristiana, comenzaron una incansable labor denunciando este sistema de trabajo como contrario a la Ley de Dios, por cuanto todos los hombres somos creados a imagen y semejanza suya, no pudiendo un mortal decidir sobre la vida o la muerte de otro.
Este debate fue especialmente fuerte en los Estados Unidos, donde la economía de los estados sureños, fuertemente agraria, dependía en gran medida de lo que denominaron la “peculiar institución”, mientras, en el norte del país, varios pastores hicieron de ella el principal blanco de sus sermones. Tornándose el asunto uno de los principales tópicos de todas las elecciones de la primera mitad del Siglo XIX; existiendo, principalmente, dos posturas: primero, la abolicionista, que consideraba ilegítima la esclavitud e “involuntaria servidumbre” por ser contrarias a la Ley Natural, y, segundo, la de soberanía de los estados, para la cual cada estado de la Unión debía deliberar de forma democrática acerca de si permitir o abolir la esclavitud.
Estados Unidos es un país federal y pluralista; que cuenta con un complejo sistema legal. Características que hicieron llegar el debate varias veces a los tribunales; donde, entre otros temas, se discutió: si un esclavo que ha sido libre puede ser re-esclavizado; la forma de probar que un determinado negro era o no esclavo; si los negros eran o no personas o ciudadanos. Destacando los casos judiciales: “Prigg v. Pennsylvania” y “Dred Scott v. Sandford”, que fueron triunfos para los esclavistas, quienes, con amplias mayorías en la Corte Suprema (que en ese país hace las de Tribunal Constitucional), lograron que se refrendara la voluntad mayoritaria de sus estados y con ella el derecho de los propietarios de los esclavos.
Es interesante la decisión de la Corte en el segundo de esos casos, donde el problema planteado, por un esclavo que demandaba su libertad, dio lugar a la pregunta de si: “¿puede un negro, cuyos ancestros fueron importados y vendidos como esclavos, convertirse en miembro de la comunidad política basada en la Constitución de los Estados Unidos, y como tal tener los derechos, privilegios, inmunidades, garantizados a los ciudadanos?”. Siendo negativa la opinión mayoritaria, que, siguiendo a la mayoría de los “sabios” de la época, consideró a los negros una clase de ser humano inferior, salvaje y no apto para el trabajo intelectual.
Por su parte, la minoría sostuvo que “un esclavo no es un mueble. Él lleva la impronta del Creador; está sujeto a las leyes de Dios y del hombre, y su destino es una existencia sin fin”. Defendiendo así la igualdad de los seres humanos, con independencia del color de nuestra piel, clase social, nivel educacional o desarrollo intelectual.
Finalmente en occidente, sin perjuicio de existir quienes hablan en pro de supuestas superioridades raciales o no miran la esclavitud como algo siempre negativo, se impuso, al menos en el ámbito legal -recordemos que la trata de personas sigue siendo un negocio millonario a nivel mundial-, la postura abolicionista. Aceptándose que todos somos iguales -con independencia de cuál sea nuestro origen- y pareciendo la posición contraria una expresión más de la barbarie humana.
Sin embargo, la Cámara de Diputados, sin considerar mayormente los intereses de quien está en el vientre materno, le negó la personalidad, lo redujo a un estado de desprotección peor al que tenían las personas de raza negra a comienzos del siglo XIX, dio patente de corso a quienes deseen hacer dinero perpetrando abortos y –aunque de forma indirecta- estableció sanciones para quienes se nieguen a perpetrarlos –solo reconociendo para los médicos el derecho de abstenerse de participar en ellos-.
Por el tenor de la discusión, pareció que la mayoría de los honorables diputados olvidó que el concebido, sea cual sea la circunstancia de su concepción o estado de salud, no es un apéndice, sino que lleva la impronta del Creador, está sujeto a las leyes de Dios y del hombre, y su destino es una existencia sin fin.