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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Vivió siempre en la misma casa

Se trata de un hombre que no cambió sus conductas ni sus amigos ni su familia ni su residencia, ni siquiera el lápiz, a pesar de ser la persona más poderosa del país. Y a pesar de ser un político, palabra que en él adquiere otro significado.

Por Rodrigo Guendelman
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“En tiempos en que las instituciones democráticas carecen de legitimidad ciudadana y las acusaciones de corrupción arrastran a diferentes sectores, la figura austera de Aylwin emerge como un ejemplo escaso que representaba el antiguo Chile”, dice la crónica del diario El País.

“Vivía desde 1956 en la misma casa, que no quiso dejar cuando fue presidente. Aunque le regalaban decenas de bolígrafos, siempre prefirió los sencillos BIC. Gozaba con la comida casera, sobre todos las algas de cochayuyo, y se resistía a cambiar el auto”, continúa la nota.

Lo hemos escuchado y leído todo el día desde que supimos de su muerte: que Patricio Aylwin era austero, que vivió siempre en la misma la casa, que su estilo old school es hoy un bien escaso. Y no es casualidad: la austeridad, la mesura, la visión de país, la generosidad para buscar la unión de los chilenos, todas esas notables características de Aylwin se extrañan profundamente en la actualidad.

En el Chile de las autopistas urbanas, de la torre más alta de Latinoamérica, de las franquicias estadounidenses de comida, de los 25 millones de celulares (casi 1 y ½ por persona), abunda la velocidad y la competencia pero falta mucho de lo que representó el primer presidente de la vuelta a la democracia.

Es el mismo país que hoy se desangra en acusaciones de financiamiento irregular de campañas políticas, fraudes al Fisco, delitos tributarios, tráfico de influencias, asesorías truchas e ilegítimos cambios de uso de suelos. Hay tanta mugre dando vuelta, tanta desconfianza, tanta desilusión, que el recuerdo de Aylwin se hace mucho más grande.

Se trata de un hombre que no cambió sus conductas ni sus amigos ni su familia ni su residencia, ni siquiera el lápiz, a pesar de ser la persona más poderosa del país. Y a pesar de ser un político, palabra que en él adquiere otro significado.

Difícil olvidar la polémica de los tres autos Lexus, cada uno avaluado en más de 25 millones de pesos, que tenía la sociedad de Natalia Compagnon, cuando su marido, el hijo de la presidenta, trabajaba aún en La Moneda y aún no había estallado el caso Caval. Nos hemos vuelto tan tránsfugas, tan vulgares, tan escaladores, ya sea en política, en negocios, en la forma en que vivimos, que la austeridad de Aylwin surge como un oasis, un espacio de decencia entre tanta indecencia.

Y como un recordatorio de que alguna vez, no hace tanto, las cosas se hacían de otra manera: con liderazgo, con visión de largo plazo y sin ostentación. Como damas y caballeros.

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