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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Niños, niñas y adolescentes bajo el foco de los medios

Banalizar y relativizar las graves situaciones de abuso y maltrato a los cuales niños y niñas se ven enfrentados, los hace responsables de una nueva vulneración, lo cual, en una sociedad democrática y respetuosa de los derechos humanos, se vuelve inaceptable.

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Consuelo Contreras es Directora Ejecutiva Corporación Opción

Hace pocas semanas, vimos con consternación la noticia sobre la muerte de una niña de 11 años en un hogar dependiente del SENAME, siendo testigos de la precariedad del sistema de protección hacia niños y niñas. Además, nos enteramos sobre las causas que tenían a esa niña en un hogar de protección, de las condiciones de vida de su familia, de sus sueños y tristezas. Nada de lo que era su vida quedó fuera del escrutinio público.

Hace unos días, a propósito del suicidio de un antiguo bailarín de Axé, las portadas volvieron a llenarse de morbosos titulares relativos a lo que habría motivado dicho desenlace trágico. De este modo, nuevamente observamos la forma en que los medios de comunicación, muchas veces movilizados por motivos menos nobles que la protección de la integridad de los niños y niñas, exponen livianamente sus vidas y las situaciones de abuso o maltrato que les ha tocado enfrentar; que lejos de empatizar con su dolor, divulgan su vida privada, sin considerar los efectos negativos que dicha exposición puede tener para su integridad psíquica y emocional. Al hacer identificables a las víctimas -o posibles víctimas- y publicar sus vivencias, genera estigmatización, miedo, afecta su autoestima, relativiza sus experiencias, dejándola frágil e insegura ante el rechazo social y la consecuente culpabilización y pérdida de sus redes de apoyo y protección. Alejándola así de una posibilidad cierta de encontrar justicia y reparación.

Sin conciencia de ello por parte de los medios, hemos presenciado extensas discusiones en televisión donde se generalizan situaciones, se banalizan los relatos de viviencias dolorosas (sometiéndolas al juicio de periodistas de espectáculos o supuestos expertos, sin contar con los contextos que rodean estos casos) y se crean falsas creencias en situaciones tan delicadas y complejas (como la idea que las madres “inducen” a los niños y niñas a mentir, dato marginal según las estadísticas y estudios disponibles).

El artículo 16 de la Convención de los Derecho del Niño, de la cual Chile es parte, consagra el derecho a la vida privada, honra y reputación de todos los niños, niñas y adolescentes. Ello no es letra muerta. No es una declaración de buena voluntad. Es una norma que establece obligaciones para el Estado, de respetar y promover ese derecho y, asimismo, sancionar a quienes lo transgreden.

Es un deber de todos los órganos del Estado y de la sociedad en su conjunto, constituirse en garantes de los derechos de niños, niñas y adolescentes. Lo cual por cierto incluye a los medios de comunicación. Banalizar y relativizar las graves situaciones de abuso y maltrato a los cuales niños y niñas se ven enfrentados, los hace responsables de una nueva vulneración, lo cual, en una sociedad democrática y respetuosa de los derechos humanos, se vuelve inaceptable.

Tomar conciencia del riesgo de vulnerar este derecho, permitirá la pausa para que algún editor, productor, conductor de televisión o periodista se detenga a pensar las amplias implicancias que tiene para la vida de un niño o niña. Evitar la victimización secundaria –o revictimización- es una responsabilidad y tarea de todos y todas.

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