¿Por qué una mujer de 57 años tortura a niño de dos?
En otro contexto, esa trabajadora quizá fue discriminada por mujer, por pobre o por peruana. Sin embargo, en su posición de adulta, abusó de un niño.
Arelis Uribe es Periodista de la Usach, autora del libro de cuentos "Quiltras" y "Que explote todo". Ex directora de comunicaciones del Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile.
Esta semana escuché la noticia de una trabajadora de casa particular de 57 años que maltrató a una guagua de sólo dos. La radio decía que en lugar de cuidar al niño, Yolanda Ludeña Franco lo golpeaba, le pasaba pañales con caca por la cara y le metía la cabeza en la taza del baño. El periodista que narraba la nota también informó que el abuso había sucedido en Chicureo y que la mujer era peruana.
Pensé altiro dos cosas. Una, que jamás es relevante la nacionalidad de una persona para explicar un delito. Mucho menos en este caso. Que la mujer sea peruana no ayuda a comprender por qué torturó a una guagua, pero sí su adultez: una de las múltiples variables que explican este caso es el adultocentrismo en su expresión de violencia generacional.
Existen relaciones de poder entre distintas generaciones. Que niños y niñas no voten o que no se reconozca su ciudadanía hasta que cumplen 18 años es una configuración política. En los colegios, que se supone giran en torno a su desarrollo, niños, niñas y jóvenes no tienen espacios de participación vinculante ni posibilidad de decisión. Me ha tocado ver liceos con puertas donde penden carteles que dicen “prohibido el ingreso a estudiantes”. En un mundo hecho por y para adultos, ser niño es vivir en el sometimiento y la exclusión.
Esta mujer de casi sesenta años atacó al niño porque le consideró inferior. Ese nivel de maltrato y humillación probablemente no lo ejecutaría contra una persona adulta, que sí consideraría como par.
Lo segundo que pensé es que este caso sirve para comprender el machismo. Cuando un tipo le arranca los ojos a su pareja o viola a una joven en una fiesta, lo que está operando ahí es un abuso basado en sentirse superior, en no ver a las mujeres como pares, en no respetar su voluntad y autonomía. Ese tipo agrede a las mujeres en niveles que no haría a sus pares varones, que sí respeta.
Según Unicef, el 77% de los niños y niñas ha sufrido violencia física por parte de una persona adulta. Cada año, 8 millones de mujeres son víctimas de violencia machista. Ambos tipos de ataques se construyen sobre el supuesto de que hay personas que son superiores a otras: los adultos a los niños y niñas; los hombres a las mujeres.
Por eso existe el infanticidio, que no es sólo un asesinato. Lo recubre una especificidad, al ser la anulación completa del otro observado con perspectiva etaria. Es el crimen generado por una persona que se sintió con la propiedad de matar y eliminar a alguien menor. La misma lógica explica el femicidio: es un asesinato cometido por un hombre que no consideraba a una mujer como su semejante.
Todo esto me lleva, finalmente, a la teoría de las posiciones de sujeto. Son muchas las variables que nos definen: identidad de género, edad, orientación sexual, nacionalidad, nivel socioeconómico, años de estudio. En función de quien tengamos al lado, cada una de ellas nos posicionará en desventaja o privilegio. En otro contexto, esa trabajadora quizá fue discriminada por mujer, por pobre o por peruana. Sin embargo, en su posición de adulta, abusó de un niño. Eso me empuja a pensar en lo importante que es observar no sólo las situaciones en las que somos víctimas, sino especialmente en las que estamos en posición de privilegio.